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Por qué invadir Chernóbil

Los soldados rusos requisan materiales de la central para fabricar bombas sucias

Guerra en Ucrania
Varios soldados ucranios patrullan por la frontera entre Ucrania y Bielorrusia, cerca de Pripriat, donde se encuentra los restos de la central de Chernóbil.María Sahuquillo
Javier Sampedro

Entre todas las benditas cosas que uno puede invadir en Ucrania, el pecio de la antigua central nuclear de Chernóbil parece el último lugar en que el Ejército ruso querría meterse. El escenario de la peor catástrofe nuclear de la historia, cuyo mero nombre connota destrucción y aterroriza a los boomers y ha extendido su área de influencia generacional con una extraordinaria serie de HBO que revela la inutilidad de los jerarcas soviéticos, y también la inteligencia y coraje de unos pocos militares y científicos que lo dieron todo para reducir los daños, sí, ese Chernóbil, debería ser tierra tabú para cualquier general que tenga tropas a su cargo. Pero no ha sido así.

Los 70 científicos que monitorizaban Chernóbil recibieron la orden de evacuar sus laboratorios el 24 de febrero, justo el día que empezó la invasión rusa de Ucrania. Chernóbil está a solo 15 kilómetros de la frontera con Bielorrusia, por donde avanzaban las tropas rusas. Eran las cinco de la madrugada. 12 horas después, los rusos habían tomado el control de todas las instalaciones de la malograda central. Confiscaron los teléfonos de los trabajadores civiles, a quienes han mantenido sin cambios de turno hasta hace unos días. Para preocupación de los expertos, el suministro eléctrico de la central se cortó el 9 de marzo, aunque se reanudó el 14. Nadie entendió muy bien a qué se debía todo esto. Según el director del Instituto de Seguridad de las Centrales Nucleares, en Kiev, Anatolii Nosovskyi, durante la ocupación de la central, los rastreadores rusos asaltaron un laboratorio de seguimiento de la radiación en el cercano pueblo de Chernóbil y se llevaron una serie de materiales de desecho radiactivos que se pueden mezclar con explosivos tradicionales para fabricar “bombas sucias”. Estos ingeniosos artefactos matan menos que una bomba atómica propiamente dicha, pero extienden la contaminación radiactiva por amplias áreas alrededor de la explosión, liquidando su producción y yugulando su futuro por los siglos de los siglos. Quien dijo que todo vale en la guerra y en el amor se equivocó dos veces.

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Chernóbil es un pésimo lugar para andar enredando con operaciones militares. El riesgo de una reacción nuclear en cadena, la gran pesadilla, es casi nulo, pero toda la central se puede considerar una bomba sucia en sí misma. En el sarcófago que cubre el reactor 4, el que generó el desastre de 1986, se han acumulado a lo largo de los años cientos de toneladas de polvo de alta radiación. Los bosques cercanos a la central son radiactivos, e incendiarlos sería un error garrafal. Incluso los incendios naturales crecerán con el cambio climático. Un sistema de monitorización de las partículas radiactivas en el aire se cayó con el apagón y no se ha vuelto a levantar. La desintegración radiactiva ha ido produciendo en el sarcófago unos niveles de isótopos peligrosos (cesio-137, estroncio-90) que superan en mil veces las concentraciones de 1986, en pleno accidente. La colaboración de los científicos ucranios y rusos para controlar la central se ha evaporado por orden del Kremlin.

Pero Chernóbil es también una bomba sucia, una factoría macabra de materiales que se pueden volver a usar para matar y sembrar el caos. Es ingenioso, ¿verdad?

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