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LA BRÚJULA EUROPEA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Putin y la invasión de Ucrania: el infierno es el hielo en el corazón

La agresión del Kremlin tiene los peores rasgos dantescos; frente a ella, es esencial separar a China de Rusia

Un autobús pasa ante una pantalla con la imagen de Putin, el viernes en Simferópol, Crimea.
Un autobús pasa ante una pantalla con la imagen de Putin, el viernes en Simferópol, Crimea.ALEXEY PAVLISHAK (REUTERS)
Andrea Rizzi

Con frecuencia se recurre al adjetivo dantesco para definir situaciones con características infernales, y a menudo el imaginario colectivo asocia a ellas la idea de fuego y llamas. La guerra desatada en Ucrania por la invasión rusa encaja como pocos acontecimientos modernos en esa conceptualización, con los asedios, con civiles y hospitales bombardeados, con dos millones y medio de refugiados en tan solo dos semanas. Sin embargo, es interesante notar que, con una gran intuición poética, Dante imaginó el rincón más profundo de su Inferno como un terrible espacio helado ―la Ghiacchia di Cocito―. Es el frío espectral del alma, del mal uso calculado y consciente de lo más sagrado que tiene el ser humano: su inteligencia, su libre albedrío. No es lo mismo pecar por incontinencia que con premeditación, piensa el poeta, bajo inspiración aristotélica. Muchos derechos penales recogen hoy día esa misma distinción. De ese hielo brotan las peores lluvias de fuego.

El sufrimiento inmenso de la población ucrania es el resultado del razonado y despiadado cálculo de la mente de Vladímir Putin. Muchos expertos creen que, en última instancia, responde en mayor o menor medida a un retorcido razonamiento en clave de supervivencia política personal, lo que hace aún más oprobiosa su acción. De nuevo, ante semejante encarnación del mal, el poeta tiene cosas interesantes que decirnos. En su viaje profético de salvación, Dante logra dejar a sus espaldas el hielo de Cocito, salir del horrible subsuelo infernal y volver a ver las estrellas. Lo logra bajo la guía de Virgilio ―la razón― activado por Beatrice ―el amor, la gracia―. No es suficiente uno de los dos: es necesario el concurso de ambos, en correcta medida, para salvarse. Y ahí está la clave en el diseño de la estrategia de medio y largo plazo de quienes se oponen a la agresión de Putin, a su cosmovisión.

Probablemente sería equivocada una actitud puramente emocional-idealista. La conformación de un bando excluyente alrededor de los valores democráticos. Todos saben que en este conflicto, y en el mundo del futuro, China es clave. Construir una acción solo sobre la base de valores democráticos significa antagonizar con China, consolidar sus lazos con el Kremlin y, en definitiva, una nueva guerra fría, un mundo bipolar con Washington y Pekín al frente, UE y Rusia de adláteres, y tantos otros situándose en ese tablero a un lado, a otro, o en el medio, con más o menos convicción. Puede que seguir intentando integrar a China en un orden basado en reglas sea mejor opción. No es una democracia, pero tiene un interés en la estabilidad global que la separa de Rusia.

Y probablemente también sería equivocada una actitud puramente racional-pragmatista. Ententes interesadas a cambio de poco o nada con satrapías petroleras o actitudes ponciopilatescas frente a pisoteadores de derechos humanos con valor estratégico minarían gravemente la posición de las democracias.

En el término medio está la virtud. China es la variable clave de la ecuación, tanto en lo inmediato ―Ucrania― como en el medio y largo plazo ―el futuro orden mundial―. Su interés en seguir beneficiándose de la interconexión global es la palanca principal. Habrá que jugarla con sabiduría, mostrándole con claridad moral y pragmática las ventajas de una opción y las desventajas de la otra, hablando suave y llevando a la vez un gran garrote.

Enclavado en el fondo del Inferno, en el centro de la tierra, con sus enormes alas de murciélago, Lucifer expande el frío de su alma por todo Cocito, la región que acoge a los traidores, como el Kremlin que pisotea la promesa del memorando de Budapest de 1994, según la cual se comprometía a no usar la fuerza contra Ucrania a cambio de la entrega de sus armas nucleares. La guerra en Ucrania no tiene arreglo fácil, pero quizá pueda evitarse todavía el enquistamiento de un mundo bipolar a cara de perro.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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