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Anatomía de Twitter
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

La paradoja de las ‘motomamis’ en el 8-M

Mientras se expande la épica de las más fuertes, avispadas y eficientes, la historia que se cuentan las mujeres ni brilla tanto ni suena a victoria generacional

Rosalía Motomami
Portada de 'Motomami', el último álbum de Rosalía.

¿Qué significa ser una motomami y por qué todo Twitter fantasea con ellas? Para los no iniciados, un poco de contexto: Rosalía ha montado una empresa con su hermana Pili que se llama Motomami porque ambas provienen de una estirpe femenina de motomamis y por eso su último álbum se titula Motomami. “Mi madre siempre ha ido en moto y esa imagen la tengo muy clara. Por eso voy en moto desde hace años. Yo soy una motomami porque mi madre era una motomami, y su madre también lo era”. Se lo contó a Fernando Navarro en una entrevista en El País Semanal del pasado domingo, donde, como quien añade explicaciones culturales a sus tatuajes, dice que ese nombre también proviene de la “dualidad” de lo “fuerte” de moto (“en japonés”) y la “fragilidad” de mami.

En Twitter, territorio fértil para especular con el sustrato de las chicas que se sienten mejores, ser una motomami se ha convertido estos días en el Santo Grial, en lo que pasa cuando mezclas el poderío con la mejor versión de la feminidad. Y no solo porque Rosalía lleve días lanzando pistas desde su cuenta diciendo que “una motomami es una leyenda del fitness, pero siempre pide postre”, ”una motomami no necesita, la necesitan” y ”una motomami es muy suya y se transforma”. Allí hasta Kim Kardashian se ha vestido de motomami con su casco y bikini y el resto se suma a la fiesta asegurando que ”una motomami duerme menos de ocho horas”, “no pide permiso ni perdón” o ”sabe que la fama es una condena, pero gracias a eso te paga la cena”.

¿Por qué nos seduce tanto la fantasía femenina de la motomami? ¿Quién no querría serlo cuando sabemos que tiene todo el poder y la diversión? Resulta paradójico que, en pleno 8-M de 2022, mientras en Twitter se expande con mayor viralidad que nunca la épica de las más fuertes, avispadas y eficientes, por la puerta de atrás y desde lo personal, la historia que se cuentan esas mismas mujeres ni brilla tanto ni suena a victoria generacional. En realidad, no llegamos ni a bicimamis. El estudio McKinsey de 2021 sobre las mujeres en la fuerza de trabajo, una investigación sobre 65.000 trabajadores en 423 empresas que emplean a 12 millones de personas en torno a sus experiencias laborales, concluyó en septiembre que “las mujeres están mucho más quemadas, y cada vez más, que los hombres”. Que el agotamiento está empeorando drásticamente. Que una de cada tres mujeres está pensando en reducir su jornada. Y que cuatro de cada diez han pensado en salir del sistema de trabajo.

Se podría decir que, hace cuatro años, el 8-M se convirtió en la primera convención española de motomamis. Que aquello fue un hito de mujeres listas para zarandear los hombros de todo un país exponiendo su rabia frente a una desigualdad que las atravesaba sin importar su origen o condición social. Pero después de una pandemia que ha disparado los niveles de ansiedad y estrés femenino, cuando la ONU nos recuerda que la crisis derivada de la covid-19 “podría borrar a una generación de frágil progreso hacia la igualdad de género”, las españolas han asumido que, si pueden aspirar algo, es a ser las jefas exprimidas por un sistema podrido. Veo a compañeras hartas de que los medios ya solo las quieran escuchar si ejercen como rebeldes disfrutonas y no como las aguafiestas que vienen a recordarnos su creciente vulnerabilidad. Mujeres con la ambición rota en pedazos que llegan a su día internacional agotadas, desilusionadas y a las que, lejos de pancartas festivas, solo les queda ingenio para alzar ante todos un “Yo ya no puedo tirar más del carro”. Madres ojerosas que duermen menos de ocho horas, pero no por voluntad propia. Amigas que se arrastraron, literalmente, hacia esa manifestación porque saben que todavía queda un trecho para ser esa motomami que no pide permiso ni perdón.

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