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Columna
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Sin libertad de expresión no hay libertad de elección

No hay que dejar de señalar la anomalía y la injusticia que se vive en tantos regímenes donde escribir libremente tiene hoy encarcelados a no pocos periodistas, blogueros y escritores

Una mujer musulmana lee El Corán.
Una mujer musulmana lee El Corán.SAM PANTHAKY
Najat El Hachmi

Cualquiera que se salga del marco imperante aquí y ahora, el del adanismo narcisista y desmemoriado, se dará cuenta de que los derechos de los que disfruta ni son fruto del azar ni están garantizados a perpetuidad. Pongamos el ejemplo de la libertad de expresión: poder decir sin temer represalias no es, ni de lejos, una realidad global. Aunque nuestro derecho a expresarnos libremente puede mejorar, es evidente que, en comparación con lo que ocurre en otras latitudes, este es un mundo medianamente bueno. Yo misma valoro cada palabra que digo en público, cada conjunto de teclas que toco para componer lo que necesito escribir. Soy muy consciente del privilegio que supone poder pensar libremente y transmitir estos pensamientos a quien interese.

Es por esto por lo que ha resultado más desagradable una experiencia personal reciente que me ha devuelto a la realidad del mundo más allá de estas fronteras: resulta que una editorial de un país árabe, que no voy a citar para no perjudicar a quien no tiene posibilidad alguna de cobijarse en latitudes democráticas, compró los derechos para publicar mi pequeño ensayo Siempre han hablado por nosotras, que contiene una crítica explícita al islam, ya que es francamente difícil hacer un análisis feminista de las sociedades arabo-musulmanas sin recalar en lo que es una de sus principales fuentes de discriminación y misoginia. Me extrañó incluso que una empresa que publica en la lengua de Mahoma decidiera transmitir a sus lectores mi enmienda a la totalidad de un sistema que supone tanto dolor para las mujeres. Creí, inocente de mí, que se abría un resquicio de tolerancia y firmé el contrato de cesión con todo mi entusiasmo. Ahora, después de que la editorial haya recibido la traducción definitiva, nos comunican que han decidido dejar el manuscrito en un cajón. Según parece, las leyes del país en el que residen no permiten crítica alguna al islam. ¡Dios es grande! Lo que no es ninguna sorpresa, pero no por habitual hay que dejar de señalar la anomalía y la injusticia que se vive en tantos regímenes donde escribir libremente tiene hoy encarcelados a no pocos periodistas, blogueros y escritores. Luego dirán que las mujeres musulmanas podemos elegir libremente. Cuando la única posibilidad por ley es comulgar con lo decretado y no pueden ni publicarse las voces críticas, escoger se vuelve infinitamente más fácil.


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