Negacionismo político
La palabra, que de forma creciente se ha ido aplicando a más conceptos, cada vez sugiere más y significa menos
“El negacionismo político también existe. Tenemos una derecha que se opone a cualquier conquista o avance social”, ha dicho el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en la Cadena SER.
Negacionismo es un término relativamente reciente. Entre los primeros en utilizarlo está el historiador francés Henry Rousso, que lo empleaba para designar a quienes negaban la existencia de cámaras de gas en los campos nazis. Ellos preferían denominarse “revisionistas”. “Puesto que el revisionismo es un planteamiento clásico entre los científicos, preferiremos aquí el barbarismo, menos elegante, pero más apropiado, de negacionismo, porque se trata de un sistema de pensamiento, de una ideología y no de un planteamiento científico, ni siquiera crítico”, escribía Rousso. Las teorías y trucos de los negacionistas obedecen a una simpatía hacia los nazis.
El término se trasladó al debate sobre el cambio climático: designaba a quienes no creían en el calentamiento global o no pensaban que este tuviera una causa humana. Ellos preferían llamarse “escépticos”.
La etiqueta de negacionismo implica una acusación de ceguera ante la evidencia y una impugnación moral: por eso es útil. En España se ha aplicado a la violencia machista: de las ciencias naturales a las ciencias sociales. En junio, una proposición no de ley votada por todos los partidos salvo Vox instaba al Gobierno a “combatir los discursos negacionistas de la violencia de género”. El concepto se ha popularizado aún más con la pandemia. Inicialmente, aludía a quienes negaban la existencia del virus; luego, la eficacia de las vacunas. Podía ser alguien que presentara una teoría conspiranoica, pero también aquel que no fuera partidario de determinadas restricciones o incluso que no se mostrase lo suficientemente alarmado.
El presidente ha extendido la palabra. Cuando dice que la oposición es negacionista al no apoyar las medidas que promueve, asume que estas son evidentemente buenas y quien no las apoya niega su eficacia como otros la de las vacunas. Pero no hablamos de hechos ni interpretaciones de hechos, sino de medidas e intenciones: a ver quién se inyectaría una vacuna con el nivel de incertidumbre que tiene una reforma laboral. Por un lado, el término activa la inferencia de inmoralidad; por otro, la de que al no negacionista le asiste la razón. Esas connotaciones acaban formando parte de la palabra, que sugiere cada vez más y significa cada vez menos. @gascondaniel
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