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La democracia es un agente extranjero

Como sucedía antaño bajo el franquismo, la culpa de las revueltas siempre es de agentes foráneos con sus ideas foráneas

Un detenido durante la ola de protestas en Kazajistán este sábado.
Un detenido durante la ola de protestas en Kazajistán este sábado.VASILY KRESTYANINOV / SPUTNIK / CONTACTOPHOTO (Europa Press)
Lluís Bassets

Es un viejo argumento, perfectamente conocido por los más viejos del lugar. Lo utilizaba el franquismo y ahora lo hacen el putinismo y sus regímenes amigos, como el de Kazajistán. Las revueltas son siempre obra de agentes extranjeros. No hay motivos serios para protestar. Los económicos suelen ser excusas, y se resuelven con rápidas concesiones como las que ha hecho el régimen kazajo al rebajar el precio del combustible para los automóviles después de duplicarlo a partir del primero de enero. Y no los hay políticos: está asegurada la democracia soberana, la genuina, adaptada a las circunstancias del país y obediente a la vertical del poder, tal como se vio en las elecciones de Bielorrusia el pasado año o en Hong Kong ahora. La culpa es de agentes foráneos con ideas foráneas.

Es el modelo eficaz del capitalismo autoritario y mafioso. El mismo partido de matriz familiar, surgido del sistema comunista, detenta el poder desde hace más de 30 años. Es oceánica la corrupción. Las desigualdades, lacerantes y crecientes. La policía secreta se encarga de fundamentar el argumento de que la oposición no existe. La combinación del crecimiento económico con las cárceles e incluso los cementerios basta para mantener la paz y la ficción de la soberanía, incluso respecto a Moscú. Una ración de panturquismo en su relación especial con Ankara, otra de solidaridad islámica en su distancia crítica con la represión china en Xinjiang, y otra más de occidentalismo en las puertas abiertas de par en par a las inversiones europeas y americanas. Pero cuando suena la alarma, hay que contar con las tropas rusas para salvar la democracia soberana.

Saben cómo hacerlo. Lo han hecho otras veces. Y también se quedarán. Nunca hay que desaprovechar una crisis. La misión redentora rusa pertenece a una larga tradición, con dos momentos soviéticos culminantes —Hungría en 1956 y Praga en 1968— y una densa cronología pos-soviética: Georgia, Osetia del Norte y Abjasia (1991-93), Transnistria (1992), Tayikistán (1992-97), Chechenia (1994-96 y 1999-2009), Daguestán (1999), otra vez Georgia (2008), Ucrania (2014) y Siria (2015). Putin tiene razón. La democracia, como sistema pluralista y competitivo de gobierno de la mayoría en el que se respeta a la minoría y, por supuesto, los derechos individuales, es un agente extranjero para la internacional autocrática. Su mera existencia en el mundo amenaza a la soberanía de Rusia y de China, una agresión exterior que merece las respuestas que ya conocemos. La estamos viendo en Ucrania y en Hong Kong, territorios sobre los que exigen derecho de veto los imperios autocráticos. Sirve también para el supremacismo blanco y anglosajón del trumpismo, que quiere desposeer del derecho de voto a quienes considera extranjeros aunque hayan nacido en Estados Unidos ¿Alguien duda a estas alturas que Trump es un agente infiltrado por Putin y al mando del Partido Republicano?

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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