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Columna
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Cosas que le diría al Papa

Teniendo como tiene la Iglesia católica tantos bienes terrenales que de nada van a servir en la otra vida, ¿no sería útil usar toda la riqueza acumulada para ayudar a los desamparados que tanto preocupan al señor Francisco?

El papa Francisco ora con un grupo de monjas durante la audiencia general semanal, en el salón Pablo VI en el Vaticano.
El papa Francisco ora con un grupo de monjas durante la audiencia general semanal, en el salón Pablo VI en el Vaticano. ANDREAS SOLARO (AFP)
Najat El Hachmi

Al ciudadano Bergoglio, en tanto jefe de una organización privada de creyentes, le haría unas cuantas preguntas. Para empezar le plantearía si no cree que, aparte de palabras y buenas intenciones, no podría actuar para hacer posible un mundo con menos pobreza y desamparo. Teniendo como tiene la Iglesia católica tantos bienes terrenales que de nada van a servir en la otra vida y que de hecho nada aportan al cuidado de las almas, ya que las almas poco necesitan, ¿no sería tremendamente útil usar toda la riqueza acumulada durante siglos de poder para ayudar a los desamparados que tanto preocupan al señor Francisco? Se me ocurre, por ejemplo, que ya que iglesias y capillas suelen estar la mayor parte del tiempo en desuso, se podrían aprovechar para albergar en ellas a los tantos refugiados que viven hacinados en campos que bien conoce el Papa por haberlos visitado recientemente. Cuando veo esas grandes y relucientes salas del Vaticano pienso que allí estarían mucho mejor que en Moria, cobijados bajo techo y con los pies calientes y secos.

También le preguntaría al pontífice (lo de santo lo dejo para quienes creen en la divinidad que él representa, llamarle Santidad siendo atea me parecería una hipocresía) si no le parece que va siendo hora de soltar un poco el puño de los privilegios que su organización disfruta y que no son precisamente fruto de una decisión tomada democráticamente. Por ejemplo, podría renunciar de una vez por todas al pacto que su entidad estableció con el Estado español en 1979 llamado Concordato, dado que no tiene sentido alguno que los seguidores de una religión particular estén por encima de quienes no creen en nada o creen en otras cosas. ¿No se ha parado Bergoglio a analizar el despropósito que representa esa alianza contra natura entre el poder mundano y el poder religioso? ¿No le parece extralimitarse en sus funciones espirituales estar injiriéndose en las leyes terrenales de los hombres, sobre todo cuando muchos de estos hombres ya no comulgan con sus principios y doctrinas? ¿No sería ya hora de que la Iglesia pagara impuestos como hace el más pobre de los pobres contribuyentes o que deje de inmatricular bienes que no le corresponden? Renunciar al Concordato sería lo más coherente con sus ideas de igualdad. Lo contrario es estar a Dios rogando y con el mazo dando.

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