Dickensiana
La escritora piensa que si no acepta el premio y lo dice se convertirá en una soberbia que insulta al podio precedente. Si no lo acepta y calla, nadie agradecerá tanta rectitud porque ni siquiera sabrán que existe
A Flor Portabales acaban de ofrecerle un premiazo. Ella atesora un capital simbólico importante, pero su cuenta no podría recibir el nombre de “capital”. Su pisito huele a papeles. Una plaga de lepismas devorará su biblioteca. Siente picores. Su capital simbólico no blanqueará un premio que agranda la desigualdad entre una cultura fotogénica y el lumpen precariado cultural; por otro lado, con un millón de euros, no se sometería a la multitarea de la escritora: ella no es sacerdotisa del arte puro; es una trabajadora. Flor está más quemada que el palo de un churrero y, si le dejan escribir el libro que ella quiere, ¿por qué habría de decir no? En pleno capitalismo, el premio constituye la estrategia promocional de una empresa privada, pero le indigna que el rodillo del mercado homogeneice la cultura neutralizándola como arma política. Flor piensa estas cosas seriamente. No es coña. También le preocupa que su coherencia no le deje comprar insecticidas y ser demasiado rigurosa: su temor es efecto secundario de vivir en una sociedad líquida que se comporta como martillo pilón. Más contradicciones: el medio es el mensaje y la industria editorial le fagocitará el riesgo artístico; a la vez, si llega a un espacio de recepción amplio, quizá cumpla el sueño de una cultura popular transformadora…
Flor atiende a su Pepito Grillo: “Si no aceptas el premio y lo dices, Florecilla, te convertirás en una soberbia que insulta al podio precedente. Si no lo aceptas y callas, nadie agradecerá tanta rectitud porque ni siquiera sabrán que existe. Si lo aceptas, renunciarás a tus principios, pero, hija, eso que te llevas para tu apergaminado cuerpo”. Portabales duda: ¿lo que no se dice no existe, o se transforma en pundonor o resentimiento íntimo? Pensar hace de ti una cínica en un mundo fresco como colonia de la presidenta de Madrid. Un millón servirá para comprarle a Pepito una jaula y exterminar esas lepismas que se lo deberían comer.
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