Mucho en juego en las elecciones chilenas
Las presidenciales de mañana se celebran en medio de un malestar y una furia acumulados en una gran parte de la población, pero lo paradójico es que quien ha sabido tocar esa tecla ha sido el candidato de la derecha populista radical
Mañana se celebrarán en Chile elecciones históricas en un contexto inédito. Se votará para elegir quién será la o el presidente de la República que guiará los destinos del país desde el 11 de marzo de 2022. Al mismo tiempo, se renovará totalmente la Cámara de Diputadas y Diputados y parcialmente el Senado. Por último, y debido a los cambios en el calendario electoral debido a la pandemia, en esta oportunidad también se elegirá a los consejeros regionales.
El contexto es inédito por varios motivos. Es la primera elección presidencial tras el estallido social de noviembre de 2019. La incertidumbre es máxima respecto del resultado, lo que le agrega una tensión evidente al ambiente electoral. Y se ha votado la segunda acusación constitucional contra el presidente, Sebastián Piñera. El primer juicio político no pasó la Cámara de Diputadas y Diputados. En cambio, la actual (tras una sesión maratoniana que incluyó un episodio histórico de filibusterismo político, con el diputado Jaime Naranjo haciendo uso de la palabra durante cerca de 15 horas para lograr que todos los diputados pudieran votar) fue tramitada por la Cámara. Sin embargo, el Senado, ejerciendo como jurado, declaró no culpable a Piñera de los cargos que se le imputan según las causales establecidas en la Constitución. La acusación fue rechazada debido al alto quorum (dos tercios de los senadores y senadoras en ejercicio).
En la última semana de campaña, se ha estado discutiendo qué es y qué no dictadura. Así, tal cual. Algunos sectores políticos (a derecha e izquierda) han relativizado el valor de los derechos humanos. El candidato José Antonio Kast ha declarado a corresponsales extranjeros que en la dictadura de Augusto Pinochet, a diferencia de la de Nicaragua, se llevó a cabo una elección democrática y no hubo presos políticos. Si bien estrictamente se estaba refiriendo al último período del dictador, su frase no es completamente cierta y omite los crímenes cometidos durante los 17 años del Gobierno de Pinochet, del que se declara admirador. Por otro lado, sectores de izquierda (incluyendo a militantes del Partido Comunista) han negado el carácter de dictadura del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua y han criticado al Gobierno chileno por no haber reconocido como legítimas las elecciones que han llevado a aquel a un cuarto mandato consecutivo. Por otra parte, al ver las propuestas de algunos candidatos tanto a La Moneda (sede del Gobierno) como al Poder Legislativo, se puede constatar que intentan limitar el ejercicio de las libertades y derechos humanos en pro del orden, la paz y la justicia.
La campaña también ha estado repleta de fuego amigo, errores no forzados, TikTok, posición invertida, candidato virtual, acusación de acoso sexual, cuarentena, covid... Hay ideas buenas y malas en los programas. Algunas muy malas son el reflejo de una clase política desconectada de la realidad, populista y sin la mínima ética necesaria para la política con mayúscula. Mucho juego en el barro y poco peso en las ideas, visiones de futuro o perspectivas de salida de la crisis múltiple que está viviendo el país.
En las parlamentarias, se hace aún más notorio el vacío conceptual y la escasa profundidad de las propuestas. Aquí hay otro juego político que adolece de visiones concretas, medidas reales y conexión con la ciudadanía. Como varios parlamentarios no pueden presentarse a la reelección por haber cumplido el número máximo de mandatos (recientemente se cambió la legislación), hay muchas caras nuevas y desconocidas para el público en general en la publicidad radial y callejera. En Chile se usan mucho las llamadas palomas (gigantografías colocadas en lugares públicos) que no dicen nada: no mencionan a qué coalición pertenecen los candidatos y candidatas, a qué partido representan y sus mensajes son casi todos iguales. Al ciudadano común le cuesta identificar al candidato y atribuirle algún alineamiento político. Importa más la foto y la sonrisa, que no obstante tienen una vida corta porque estos afiches son rápidamente destruidos y sus pedazos yacen desparramados por el suelo.
En la radio se escuchan llamamientos a votar con promesas que no se podrán cumplir porque son materias que está viendo la Convención Constitucional, lo que contribuye a la confusión y la desinformación de la ciudadanía. También se oye mucha queja contra los partidos políticos en varios spots. Con o sin razón, el mensaje cala y el desprestigio de la clase política aumenta gracias a los propios políticos que quieren tomar decisiones políticas; un círculo vicioso que no para y que alimenta los populismos tanto de derecha como de izquierda.
En cuanto a las elecciones de consejeros regionales, pasan muy desapercibidas para la población a pesar de que sus funciones son muy importantes para el día a día de la gente.
En estas elecciones hay mucho en juego. No se trata sólo de repetir el tradicional ritual de la “fiesta de la democracia”, donde se vota a representantes que, al término de su mandato, se repostularán y será entonces cuando la ciudadanía podrá exigirles su responsabilidad política, votándolos de nuevo o no. Hoy nos encontramos en un terreno más pantanoso: existe un malestar y una furia acumulados en una gran parte de la población, lo vimos en las calles, pero lo paradójico, es que quien ha sabido tocar la tecla de esa rabia ha sido, según el termómetro de las encuestas, el candidato de la derecha populista radical. Su campaña, casi impecable, incurrió a pocos metros de la meta al traer de su tumba el recuerdo de la dictadura de Pinochet; una llaga abierta en pleno corazón de Chile, una herida que no cierra pese al paso del tiempo. Veremos cuánto afecta al candidato este error no forzado.
Cuando se acerca el momento de las urnas, siento que el llamamiento profundo de una ciudadanía pacífica que, desde el 18 de octubre, se movilizó por las calles de todo Chile solo ha servido para que una clase política, empresarial, intelectual, mediática, etcétera, hiciera (mea culpa incluida) una catarsis que duró un par de meses, para volver inmediatamente a la casilla de salida: las mismas lógicas tradicionales en campaña, los mismos vicios y malas prácticas, los partidos actuando de la manera por la que se han desprestigiado, el populismo con las estrategias que han dado sus réditos en otros países. En general, un nivel bajo salvo en los debates temáticos en los que participaron casi todos los candidatos/as.
El escenario se ve complicado. El preestallido, el estallido, la pandemia y lo que vendrá en la pospandemia dejarán sus huellas. El proceso constituyente avanza, con errores y aciertos, y la incertidumbre que permea en los ánimos de un país que se vio como modelo de desarrollo y éxito en el Cono Sur y que hoy busca su futuro con una brújula cada día más borrosa. Se dice que la esperanza es lo último que se pierde. A ello nos aferramos quienes vemos con preocupación lo que pueda ocurrir en estas elecciones.
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