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Columna
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El espectro

Lo que ahora acontece es un juego ‘lose-lose’ para el PP. Casado pierde porque le debilita a los ojos de sus votantes potenciales; y Ayuso también, porque nunca podrá hacer realidad su sueño

José Luis Martínez Almeida charla con Pablo Casado ante Isabel Díaz Ayuso.
José Luis Martínez Almeida charla con Pablo Casado ante Isabel Díaz Ayuso.Javier Lizon (EFE)
Fernando Vallespín

Un fantasma recorre el PP: el espectro de Ayuso. Todas las potencias del nuevo aparato se han unido en una Santa Alianza para acorralar a ese fantasma: Casado, Egea, Almeida, a las que se ha sumado un importante sector de la prensa conservadora. Quienes desean fervientemente que este partido tenga algunas posibilidades de victoria en las próximas elecciones se las ven y se las desean para despejarlo cuanto antes. Ignoran, sin embargo, que con eso, con esa unanimidad en el rechazo, no hacen más que alimentarlo.

Ya lo intentó antes la izquierda en las elecciones de Madrid: cuanto más se empecinaban en combatirla, más contribuían a su crecimiento. Porque esta criatura vive de dicha unanimidad en el rechazo. Esta es la sangre que, como a los vampiros, le da la vida, fortalece el mito de díscolo lobo solitario que se afirma frente a las élites políticas establecidas. Pertenece a la estirpe de Trump, de quienes crecen en la medida en que captan la atención, los libertarios que van a su bola, provocan, desprecian, y gustan de adoptar actitudes frikis. Son tan amenazadores para los estados mayores de los partidos porque en realidad no los necesitan. Sus provocaciones y bravatas les aseguran una permanente centralidad mediática que luego se encargan de potenciar las redes sociales.

Lo interesante es que, en esta ola populista, son una mina durante los procesos electorales, pero luego se convierten en una pesadilla para los partidos. Después de su éxito, Trump fagocitó al Partido Republicano, que ni siquiera después del asalto al Capitolio ha podido desprenderse de él. Ayuso barrió en Madrid y ahora quiere hacer lo propio, primero tomar el control del partido local y luego ya se verá. First we take Manhattan, then we take Berlin.

Lo peor de esta situación para el PP es que pone en entredicho el gran logro de su último congreso en Valencia, el haber conseguido apretar las filas detrás del liderazgo de Casado. Y en estos momentos cesaristas no hay nada peor que el césar y su aparato se vean desafiados desde dentro. Queda desnudo. Más aún por lo que Ayuso busca, un liderazgo de “hombre fuerte” —mujer en este caso— con el partido a su servicio. Lo contrario de lo que pretende García Egea: un aparato fuerte con los líderes locales bajo su batuta. Pero los nervios y el deseo de control les están jugando una mala pasada. Se han precipitado con esta oposición frontal a que Ayuso dirija el partido en Madrid. Podían haber cedido y esperado a que el fenómeno se fuera desinflando en vez de engrandecerlo con esa terca actitud.

Digo esto último porque a Ayuso ya no le da tiempo a aspirar a tomar Berlín. Si Casado gana y puede gobernar tras las próximas generales, su liderazgo estará asentado. Quien gana se come a su rival interno, es una ley de hierro. Si no ganara, Ayuso sería señalada como responsable, y cuando toque buscar un sustituto estaría ya sentenciada. No hay nada peor que el medro de uno arrastre la organización al abismo. En ese caso, siempre que venza en las próximas andaluzas, el hombre a designar sería Moreno Bonilla —Feijóo cada vez parece autoexcluirse más y más—. Lo que ahora acontece es un juego lose-lose para el PP. Casado pierde porque le debilita a los ojos de sus votantes potenciales; y Ayuso también, porque, por lo dicho, nunca podrá hacer realidad su sueño. ¿Quién dijo que en política la clave está en saber entender los tiempos? Pues sí, el viejo Maquiavelo.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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