Ciudad y sentido
El debate sobre la implantación en el puerto de Barcelona de una sede del Museo Hermitage de San Petersburgo, más allá de temas no resueltos, manifiesta la falta de acuerdo sobre el papel de la cultura hoy día
Las ciudades no son solo lugares. Son espacios de posibilidades y de carencias, y por tanto son también espacios de conflicto. Cada ciudad es distinta. En cada ciudad conviven diferentes perspectivas de futuro. Culturas de innovación y culturas de preservación. Tensiones entre la cultura ya establecida y las culturas emergentes o periféricas. La mezcla de todo ello va construyendo una idea de ciudad, una cultura propia, algo que da sentido a la ciudad y la proyecta. La pujanza de muchas de las grandes ciudades estuvo ligada a la sociedad industrial. En pleno proceso de desindustrialización se buscó en el giro cultural argumentos e iniciativas que facilitaran la recuperación de su competitividad, reconvirtiendo espacios en desuso. De esta manera se trataba de facilitar la conversión de ciudad en destino.
Las políticas culturales de las ciudades han estado pues largamente dominadas por lógicas instrumentales. Hay quiénes buscan en las fiestas navideñas la palanca de significación. Otros contratan a arquitectos célebres para construir nuevos edificios que sirvan de atractivo. Y son muchas las ciudades que, en pleno debate sobre el sentido y la significación de los museos en pleno siglo XXI, facilitan la instalación de sucursales o franquicias de las instituciones museísticas más conocidas en todo el mundo como referentes icónicos. No obstante, en muchas de esas estrategias la cultura ha jugado un rol más de activo económico que de elemento que facilite el incremento de la capacidad de acción de los individuos y colectivos, su inclusión plena en la vida urbana y su calidad de vida.
El debate sobre la implantación en el puerto de Barcelona de una sede del Museo Hermitage de San Petersburgo ha permitido que muchas de estas consideraciones emergieran. Más allá de temas no resueltos (idoneidad del emplazamiento, viabilidad económica del proyecto o solidez cultural del mismo tras la muerte de su referente intelectual, Jorge Wagensberg), lo que el debate manifiesta es la falta de acuerdo sobre el papel de la cultura hoy día. Los promotores del proyecto han anunciado que piensan negociar con Málaga la posibilidad de trasladar a dicha ciudad la construcción de la mencionada sede. De esta manera, Málaga añadiría una nueva institución de relieve al importante conjunto museístico del que ya dispone. En marzo del 2019, justo antes del confinamiento, el periodista andaluz Guillermo Busutil, hoy Premio Nacional de Periodismo, firmaba un artículo en La Vanguardia glosando la situación cultural de la ciudad andaluza. En sus conclusiones aludía a la ausencia de una construcción cultural enraizada en la escena local, entretejida y plural, que fuera más allá de albergar sedes museísticas. También en Barcelona, el debate sobre el Hermitage ha reavivado la crítica de muchos sectores culturales por la falta de recursos destinados a promover la creatividad cultural propia frente a los destinados a mantener las grandes instituciones. Recursos que, por otra parte, estas mismas instituciones consideran insuficientes.
No creo que gastemos demasiado ni en museos, ni en cualquier otra expresión de creatividad cultural. El mayor esfuerzo inversor en cultura en este país lo hacen los gobiernos locales. Los presupuestos de Estado y comunidades son manifiestamente mejorables. Por otro lado, sería absurdo menospreciar el peso de la cultura en los desarrollos de las ciudades, y es imposible no considerar el fuerte componente transformador que la cultura acaba teniendo en la evolución de los espacios urbanos y las dinámicas sociales. Pero, reivindicar la centralidad de la cultura hoy en la configuración de sentido vital implica ir más allá de esas lógicas.
El debate sobre la cultura en las ciudades es parte del debate sobre su propio futuro. La mezcla de incertidumbre, desconfianza, amargura e indignación que atraviesa el día de a día de mucha gente, nutre reacciones emocionales intempestivas que se expresan de maneras muy distintas. Construir comunidad implica compartir imaginarios comunes. Una política cultural no puede dejar de lado la distribución desigual de costes y beneficios, de límites y posibilidades. Ello exige ir más allá de lo que Holden definió como valores instrumentales de la cultura. Situar a la cultura en la idea de construcción de sentido y de visión compartida es situarla en el marco de los derechos culturales.
Cada vez será menos posible hablar de cultura limitándola a los espacios de creación, producción y exhibición artística, sin relacionarla con educación, sanidad, trabajo, subsistencia y dignidad individual y colectiva. Los usos culturales de los habitantes de una ciudad muestran claramente diferencias de educación, de renta, de acceso a servicios y bienes básicos. Y son precisamente esas diferencias culturales las que discriminan cuando oímos hablar de la necesidad de creatividad, de innovación, de experimentación, como elementos que caracterizan las necesidades e iniciativas en momentos de cambio de época. Solo reforzando y vinculando estrechamente educación y cultura, podremos ir construyendo escenarios de emancipación más democráticos. No se trata de tener o no tener un icono cultural en tu ciudad. La clave es construir ciudadanía que comparta retos e imagine y construya alternativas. Ese es el sentido de la cultura. Esa es la cultura del sentido.
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