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Una atmósfera envenenada por el terror

Abandonar el discurso del odio que ETA abonó para amparar sus barbaries exige valentía y generosidad

Cartel con fotografías de presos de ETA, en el frontón de Hernani (San Sebastián).
Cartel con fotografías de presos de ETA, en el frontón de Hernani (San Sebastián).Javier Hernández
José Andrés Rojo

Hace 10 años ETA anunció que dejaba de matar, y estos días se ha vuelto a recordar la brutal violencia con que la banda armada actuó durante cinco décadas. Las bombas, los tiros, los secuestros, las extorsiones, su abrumadora presencia en una sociedad a la que pretendió amedrentar con el terror. Todavía sigue siendo incomprensible cómo la organización pudo perseverar durante tanto tiempo en semejante delirio de destrucción y barbarie. El líder de la izquierda abertzale, Arnaldo Otegi, hizo esta vez una solemne declaración, se dirigió a las víctimas de ETA y dijo: “Queremos trasladarles que sentimos su dolor y afirmamos que nunca debería haberse producido”. Horas después, y en un encuentro con militantes de EH Bildu, volvió a alegrarse por haber pronunciado esas palabras pero procuró vestir la iniciativa con un punto de provocación.

ETA dejó de matar hace 10 años, pero el discurso y la retórica y las justificaciones que sostuvieron durante tanto tiempo su actividad terrorista siguen circulando por las venas de amplios sectores de la sociedad vasca, y todavía hay quienes conservan esa jactancia que les permite actuar ante los que siguen considerando enemigos como perdonándoles la vida. No es fácil quitarse de encima el odio que se fue alimentando con tanto fervor, y hará falta todavía mucho tiempo. Por eso son importantes esas palabras de Otegi, que el dolor de las víctimas “nunca debería haberse producido”, porque lo que dicen es que ETA no debió haber actuado como lo hizo, que aquello fue un inmenso y terrible error. La hora de la autocrítica ha empezado.

La profunda degradación que produjo la barbarie etarra en el País Vasco tras la conquista de la democracia la resumió bien el director del Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, Florencio Domínguez, en un texto que escribió para un volumen colectivo sobre la violencia política en la España del siglo XX. “El paso del franquismo a la democracia ha ido acompañado de la extensión del miedo en la sociedad vasca, miedo manifestado en la inhibición moral generalizada ante la violencia, en la insolidaridad colectiva ante la muerte, en la aceptación silenciosa del algo habrá hecho que culpabilizaba a cada víctima precisamente por haber sido asesinada, en el drama de los allegados de muchos asesinados pidiendo a ETA pruebas de sus acusaciones para evitar que la infamia se extienda a toda la familia”. Las cosas han ido cambiando desde hace 10 años, pero retirarse de una atmósfera envenenada por el terror es una tarea que exige generosidad y valentía, y entender que hay que romper con la rutina heredada de la lucha contra el otro.

“Es preciso otorgar todo su peso a la evidencia de que la patria es rigurosamente un Yo, y el más prepotente y desaforado de todos ellos”, escribió Ferlosio en unas notas sobre el terrorismo. Y apuntaba: “Para dar realidad a la Causa y hacer verdadero su dios, nada mejor que una buena carga de hechos, y de entre los hechos, nada mejor que una buena carga de muertes”. Así operó ETA a lo largo de mucho tiempo. Otegi dijo también el pasado lunes: “Nada de lo que digamos puede deshacer el daño causado. Pero estamos convencidos de que es posible aliviarlo desde el respeto y la memoria”. Es la tarea que toca hacer a partir de ahora.


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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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