Sánchez cierra el círculo
El secretario general del PSOE invoca el legado socialdemócrata frente al neoliberalismo, ineficiente contra la desigualdad y la injusticia social
El riesgo más grave que corren los navegantes en el mar en calma es que llegue la calma chicha y la nave no avance como debería, o quede incluso en aguas de nadie, templadas, neutras. La renovación de la Ejecutiva socialista emite un mensaje claro: baja en diez años la media de edad, aumenta el número de mujeres (hasta el 60%) y estuvo negociada sin agobios de último minuto. Es verdad que las juventudes socialistas esta vez no han podido dar la batalla por la estructura del Estado, no han acabado pidiendo el referéndum sobre monarquía o república, y se ha atenuado al máximo lo que en otras etapas fueron proclamas coherentes con la sensibilidad federal del PSOE, sobre todo cuando está en la oposición. Incluso algunos detalles preventivos parecen sobreactuados innecesariamente, como la reunión el jueves de la dirección con los secretarios territoriales para impedir cualquier posible fuga que enturbiase un congreso destinado a ratificar la unidad del partido.
Esta vez el principal objetivo era suturar la herida interna que se abrió dramáticamente en 2016 con la destitución del propio Pedro Sánchez y el conocido periplo posterior que, lejos de debilitarlo, lo fortaleció hasta llevar a su partido a La Moncloa y cerrar el círculo este fin de semana con todos los secretarios generales que le han precedido en el escenario, juntos, apoyándole. Abrazo de Felipe González incluido. Se trataba de escenificar el final del episodio que más ha desgarrado a los socialistas desde el final de la dictadura. El PSOE ha visto esta primavera cómo la derecha populista lo arrasaba en Madrid y necesitaba empezar a conjurar el desgaste de cualquier gobierno. La unidad no era una opción para ellos en este congreso, era una obligación.
Liquidada, al menos formalmente, la fractura interna, Sánchez se presentó una y otra vez en el discurso final como el continuador del proyecto político que ha gobernado este país durante 24 años de democracia, con referencias continuas a los gobiernos de Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero. Entre la juventud es posible que esa apelación al pasado resulte demasiado remota cuando buena parte de ella siente hoy la frustración de no disfrutar de sus logros o incluso siente la tentación de menospreciar una Transición que fue fundamentalmente satisfactoria. Esa reivindicación estuvo presente de forma visible a lo largo de un discurso que apeló numerosas veces a la gestión política socialista de los últimos cuarenta años.
Pedro Sánchez entró de lleno en la batalla ideológica que enciende el debate político no solo en España sino en todo el mundo con los populismos de derechas buscando el voto en caladeros tradicionales de la izquierda. En un contexto en el que la pandemia ha hecho evidente la necesidad de un Estado fuerte y los organismos internacionales promueven medidas keynesianas, la socialdemocracia ha salido fortalecida del último ciclo electoral en Europa. Sánchez ha ampliado el foco oponiendo las políticas de socialistas, socialdemócratas y laboristas con las políticas neoliberales que agravaron los efectos de la Gran Recesión de 2008 y aumentaron de forma dramática los indicadores de desigualdad social. El espectro va desde Joe Biden hasta Olaf Scholz pasando por los presidentes socialistas españoles.
El domingo asistimos en Valencia a la puesta de largo del discurso electoral con el que el PSOE defenderá su gestión en las próximas elecciones. Ese discurso acentuó que los socialistas son la izquierda posible y su referencia más insistente fue la defensa de la socialdemocracia como gestión de lo público. Esa izquierda descrita como la que navega entre la derecha, desnortada y hasta acomplejada, según Sánchez, y los socios, necesarios, pero más activistas que gestores. Para que esta ecuación sea creíble deberán poner en primer plano no solo el qué van a hacer sino el cómo se logran esos objetivos con valentía capaz de avanzarse a los cambios profundos que se avecinan, relacionados con el mercado laboral, con la gestión de la inmigración, con el cambio climático. Combatir la desigualdad en este momento exige cambios estructurales de un modelo de producción y energético agotado, o a punto de agotarse, y ya estamos viendo las dificultades que entrañan las políticas en esa dirección.
Del Congreso salen tres compromisos del secretario general: la nueva reforma laboral —Sánchez no parece querer que Yolanda Díaz ondee esa bandera en solitario—, la derogación de la ley mordaza y la abolición de la prostitución como esclavitud moderna. Un Sánchez más seguro de sí mismo que nunca envió recados a derecha e izquierda y dijo preferir la persuasión a la algarada, en alusión a su socio de gobierno. Tampoco ocultó su rechazo al talante inflexible de los populares en un conflicto gravísimo que creció con ellos en el poder, como es la situación en Cataluña, para la que volvió a defender el diálogo y la negociación política. En efecto, la socialdemocracia no está muerta, como tanto se ha profetizado desde un lado y desde otro, ahora le toca la actualización teórica y programática que atienda las necesidades de las mayorías sociales que solo cuentan con el Estado como espacio de amparo contra la adversidad, con pandemia y sin pandemia.
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