Pedro y la pócima de todos los socialismos
El líder del PSOE cita 40 veces a Felipe González y Zapatero para abrazarse a sus logros y reivindicar su continuidad con los nuevos avances de la socialdemocracia
Pedro Sánchez citó este domingo en Valencia unas 40 veces a Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero en su discurso de clausura del 40º congreso del PSOE. Nunca les había nombrado tanto. Y no fue por casualidad. Se siente su heredero. El actual secretario general del PSOE no está solo en una fase de reconciliación y fraternidad con su inmediato pasado y el de un partido con tendencia al cainismo. Al final de su intervención, de casi una hora, confesó que hace seis años, cuando accedió a la secretaría general en unas condiciones muy diferentes y muy inhóspitas, se fijó un norte: “Preservar el papel de la socialdemocracia”.
Por esa razón se abrazó Sánchez sin parar a los avances sociales y sistémicos de los gobiernos de “Felipe y José Luis”, pero también rememoró a Pablo Iglesias, el fundador hace 142 años del PSOE, y a otros exsecretarios generales, exministros y referentes socialistas del pasado, como Joaquín Almunia, Alfredo Pérez Rubalcaba, María Teresa Fernández de la Vega, Carme Chacón, José María Maravall, Ernest Lluch, Manuel Marín… Y lo hizo como el druida que tiene la misión de perpetuar la pócima con los valores de la socialdemocracia. Primero dejó asentado que fueron todas esas generaciones de socialistas las que implantaron el sistema nacional de salud, extendieron la educación obligatoria, las pensiones. Luego, ya lanzado, completó el mapa con la modernización del país, el programa universitario europeo Erasmus, la ley de dependencia, del aborto, la lucha contra la violencia de género, los fondos estructurales, o el fin y la derrota de ETA.
“Porque ellos somos nosotros”, proclamó Sánchez. El nuevo equipo del partido socialista ha retomado, desde La Moncloa, el timón del presidente y pretende ahora llevarle en volandas hasta las elecciones generales tras agotar la legislatura, desbunkerizándole un poco. Tras la crisis de la pandemia, también persigue reconectar su agenda con los grandes avances socialistas de otras épocas. Ponerle a la altura de González y Zapatero. La idea es que la última luz que se apaga en el palacio de La Moncloa sea socialdemócrata, y que se note. “La socialdemocracia es desde donde se cambia el mundo”, reseñó Sánchez, y glosó desde los 3,5 millones de ERTE aprobados para proteger empleos, a los 800.000 salarios de ingresos mínimos, la ley de eutanasia o el apoyo a la cultura.
En ese afán continuador del mejor patrimonio socialista, Sánchez organizó sus mensajes con dos fines: celebrar los aciertos conseguidos sin manual de instrucciones durante la gestión de la terrible pandemia de la covid-19 para que la salida de esa crisis fuese mucho más humana y justa que la económica de 2008, y reconocerse en los ataques e insultos que la derecha les hizo en su época a los expresidentes González y Zapatero. Y ahí hasta recuperó un anhelo del socialista y humanista Fernando de los Ríos cuando planteó, a finales del siglo XIX, que en España faltaba por hacer “la revolución del respeto”.
Sánchez retomó aquellas descalificaciones que la derecha profería contra los “antipatriotas” ZP y González “por no hacer nada” o “por romper España” para alertar de que la actual ultraderecha ha “desnortado y acomplejado” tanto al PP hasta el punto de forzarle a no permitir la simple modificación del artículo 49 de la Constitución para sustituir el término “disminuido” por “personas discapacitadas” o, en general, a no respetar las instituciones. Fue la única alusión cercana al bloqueo que el PP aplica a la renovación del Consejo del Poder Judicial, que el Ejecutivo pretende reactivar este mismo lunes con los interlocutores populares. No quiso hacer ahí más sangre.
El gran objetivo de este 40º congreso era en realidad otro: congraciarse con todos los socialismos que habitan en el PSOE, abjurar de todos los que le dieron por muerto y acabado cuando se pronosticó la pasokización del partido y Podemos amenazaba con dar un sorpasso, y afirmar que su proyecto “goza de una salud de hierro”. No es solo que no existan críticos o corrientes internas ajenas a Sánchez en el actual PSOE. Su nueva ejecutiva, algo más reconocible que la anterior, salió refrendada con el 94,94% de los votos, casi 15 puntos por encima que la del convulso cónclave de 2017.
En el aparato del PSOE y en el Gobierno se ha impuesto algo más de conexión y de orden, con la mirilla en las próximas elecciones tras el toque de atención serio que se recibió el 4-M en Madrid. El relevo del asesor externo Iván Redondo por el experto fontanero Óscar López ha sosegado hasta los más inquietos. Todos en el PSOE ya saben a quién llamar para tener acceso al presidente y sin filtros exógenos. Algunas de las nuevas estrellas propulsadas por Sánchez a su estrenada ejecutiva en el partido, que fueron aclamadas en la clausura del congreso, como el “superministro Félix Bolaños” y hasta su directora adjunta del Gabinete, Llanos Castellanos, eran hace pocos meses unos desconocidos. Pero trabajar en La Moncloa y publicar en el BOE otorgan mucho poder y carisma.
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