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Columna
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Una bruja en el Congreso

En España hay un derecho al aborto que está siendo vulnerado por quienes insultan y vejan a las mujeres que tratan de ejercer su legítima voluntad. Esa vulneración ha de ser castigada

Elvira Lindo
El diputado de Vox José María Sánchez García, expulsado del hemiciclo tras llamar bruja a Laura Berja, diputada del PSOE.
El diputado de Vox José María Sánchez García, expulsado del hemiciclo tras llamar bruja a Laura Berja, diputada del PSOE.Fernando Alvarado (EFE)
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Aunque haya colectivos que han resignificado los insultos que los estigmatizaban para exhibirlos con orgullo, no creo que consigan desinfectarlos de su lacerante connotación. Hay que estar muy integrado en un ambiente para que la palabra maricón suene a camaradería. Hay que ser una estrella del pop, llamarse Zahara y estar en un escenario, para que la palabra “puta” se libre de la voluntad degradante con la que tantas veces ha sido pronunciada, puta, y se transforme en un término reivindicativo. Otro tanto ocurre cuando a una mujer se la tacha de bruja. Ni los estudios históricos que rescataron desde el XIX el papel de las brujas, como benefactoras y víctimas a la vez, revolucionarias, rebeldes, indómitas, perseguidas, condenadas durante siglos; ni tan siquiera el movimiento feminista que asumió la historia de estas mujeres torturadas, enviadas a la hoguera, como bandera de insumisión, podrá desprenderse del todo de esa parte de su significado que es brutal. Ni las brujas súper guays de las superproducciones americanas han lavado la imagen. Si a una mujer hoy se la define como bruja se están reviviendo todas las connotaciones fétidas del apelativo. Una bruja es una mujer oscura, que se mueve en las sombras y con malas artes para manejar al prójimo a su antojo. Aunque las leyes contra la brujería nos queden lejos, llamar a una mujer bruja es tildarla de mala persona, de cruel, de manipuladora.

Cuando el diputado de Vox José María Sánchez llama bruja a la diputada socialista, Laura Berja, el insulto, que en absoluto es inocente sino elegido con tino, resuena en el hemiciclo con todo su añejo sentido: se trata de una mujer defendiendo el derecho de todas las mujeres a que se les practique una interrupción voluntaria del embarazo (sin eufemismos, un aborto) sin que le salgan al paso esos agresivos defensores de la moral que se manifiestan a las puertas de las clínicas, montando unas performances calcadas de las que durante años han protagonizado los fanáticos religiosos americanos. Pocas bromas, en muchos Estados han ganado, puesto que han conseguido que desaparecieran los centros de planificación familiar, por no hablar de Texas, donde no solamente se ha prohibido el aborto después de seis semanas sino que se incita a la delación de cualquier persona que intervenga en ese procedimiento, incluido el taxista que lleva a una mujer a las puertas de una clínica.

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Bruja, en boca del diputado de Vox, es la mujer que incita al desenfreno sexual para luego deshacerse sin piedad de las indeseadas consecuencias. En España hay un derecho al aborto que está siendo vulnerado por quienes insultan y vejan a las mujeres que tratan de ejercer su legítima voluntad. Esa vulneración ha de ser castigada y el Partido Popular debería estar de parte de las mujeres que necesitan apoyo, no sumarse al señalamiento ni encogerse de hombros. ¿Dónde estamos llegando? A tolerar que el insulto personal se cuele en las instituciones: ahí está el ayuntamiento de Ceuta, la Asamblea de Madrid o el Congreso de los Diputados. Comentarios xenófobos en un caso, que ridiculizan el aspecto de las mujeres en otro, que las señalan como pérfidas en el tercero. Ningún país está libre de una involución y hay que estar alerta para que no se vaya colando por la puerta trasera. En la ley puede reconocerse un derecho, que en la realidad resulte difícil ejercer. Y en este asunto, con la iglesia hemos topado: cuando se alaba el aperturismo del Papa Francisco, tal vez por el cambio sustancial con sus antecesores, la progresía (sobre todo varonil) olvida que el Santo Padre se preguntó, cuando el aborto fue legalizado en su país, “si está bien que un sicario sea contratado para resolver un problema”. Por su propia naturaleza es difícil que la Iglesia asuma el aborto, pero al menos hay que recordar de qué manera las religiones castigan o reprimen la libertad de las mujeres, de las brujas.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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