Cambio de sillas en Marruecos
La alternancia en el Gobierno no invita a esperar novedades en la estrategia del país
Las elecciones legislativas del pasado miércoles en Marruecos dieron el Gobierno al partido Reagrupamiento Nacional de Independientes, liderado por Aziz Ajanuch, que fue confirmado como nuevo primer ministro por el rey Mohamed VI. Ajanuch, de 60 años, era ministro independiente en el Gobierno islamista, posee un holding empresarial que incluye petróleo y medios de comunicación y le convierte en el segundo hombre más rico del país, después del Rey. Ambos son amigos. Con Ajanuch como correa de transmisión de palacio, no se puede decir que haya un cambio de trascendencia geopolítica en Marruecos. Pero en el plano interno, el magnate pasa ahora a la primera fila después de controlar discretamente algunos de los ministerios más poderosos del país durante más de una década en la que los islamistas han sido el rostro de la administración. El cambio de caras hacia una gestión desideologizada permite confiar en que el nuevo Gobierno afronte temas que una parte de la sociedad espera desde hace lustros, como la despenalización de la homosexualidad y el adulterio, o el fin de la represión arbitraria de la libertad de expresión.
Tras una década en el poder, el partido Justicia y Desarrollo (PJD) ha sufrido una derrota sin paliativos. En este sentido, Marruecos ha producido un interesante experimento político. El PJD ascendió al poder recogiendo las nueces de un malestar social que prendió en las calles por contagio de la llamada Primavera Árabe en 2011. El rey Mohamed VI reaccionó rápidamente con una reforma constitucional que introdujo cierto pluralismo político. El acceso a las instituciones convirtió a los ideólogos islamistas en gestores, aunque dentro del limitado poder que tiene el Gobierno en una monarquía donde las decisiones estratégicas se toman en palacio. Frente al desastre de otros lugares, en Marruecos esta parte del islamismo moderado ha sido asumido como una fuerza más, que llega al poder por las urnas, opera dentro de los márgenes institucionales, y se va por las urnas.
Los islamistas se enfrentan ahora, sin embargo, a una etapa de incertidumbre en la oposición. Llegaron al Gobierno prometiendo acabar con la corrupción, y ellos no han tenido una mancha. Pero eso no significa que hayan acabado con la corrupción. La frustración ciudadana que los aupó sigue intacta. Ahora, liberados de la responsabilidad institucional, no está claro cómo tratarán de explotar la insatisfacción legítima de la población, si podrán hacerlo, o si lo harán por ellos otros más radicales. El PJD ha quedado muy identificado con el poder de palacio, especialmente cuando han tenido que asumir decisiones como la apertura de relaciones diplomáticas con Israel. Es de esperar un esfuerzo de las instituciones para que en esta nueva etapa el islamismo marroquí, por incómodo que sea, permanezca dentro de los estrechos márgenes de juego político del país.
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