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COLUMNA
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Buenos tiempos para la conspiranoia

En momentos de incertidumbre como los que vivimos, sólo falta que se genere sensación de que las élites ocultan algo para que se cree la tormenta perfecta

Cristina Monge
El vaciado del embalse de Ricobayo sobre el río Esla ha puesto en pie de guerra a una veintena de municipios que han llamado a las puertas de la Comisión Europea para reclamar a Iberdrola cambios en la gestión de la presa.
El vaciado del embalse de Ricobayo sobre el río Esla ha puesto en pie de guerra a una veintena de municipios que han llamado a las puertas de la Comisión Europea para reclamar a Iberdrola cambios en la gestión de la presa.Mariam A. Montesinos (EFE)
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¿Qué tienen en común el dramático resultado de 20 años de intervención de Estados Unidos y sus aliados en Afganistán, el “deshielo” con Marruecos tras la ilegal devolución de niños que cruzaron a nado a Ceuta, o el misterioso caso de los repentinos desembalses que han dejado secos pantanos y a pueblos sin agua? Todos ellos crean la sensación de que las élites, y no sólo las políticas, nos ocultan algo.

El recurso a las conspiraciones como búsqueda de explicación ante lo incomprensible ha acompañado a las sociedades desde el principio de los tiempos, pero en los últimos años su expansión, efectos, y cristalización en fenómenos como una parte de los antivacunas, o el voto a conspiranoicos confesos como Trump, ha hecho que se les preste más atención.

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Las tentaciones simplistas o la pereza intelectual atribuirán al populismo y, cómo no, a las redes sociales la expansión de estas creencias, pero un análisis más sosegado desvelará, una vez más, que las cosas no son tan sencillas. Como ha ido corroborando el politólogo norteamericano Joseph Uscinski en sus investigaciones, la covid ha creado las condiciones idóneas para la propagación de las teorías de la conspiración: pandemia global, economía en estado de shock, aislamiento social y políticas gubernamentales restrictivas. El contexto perfecto para generar ansiedad, impotencia y estrés, aceleradores de la tendencia, en algunos perfiles psicológicos más que en otros, a creer en oscuras tramas.

Cuando estas emociones arraigan en una sociedad, la predisposición latente se activa y facilita que la conspiranoia aparezca al darse alguna o varias de estas condiciones: que un líder político o social señale en esa dirección, que encuentren ahí consuelo o explicación quienes se sienten vulnerables o perdedores, que el asunto lleve aparejado un grado de incertidumbre y que exista una percepción de que las élites están ocultando algo.

En tiempos de privatización de una parte de la conversación pública mediante mensajería instantánea, es imposible conocer cuántos líderes están apuntando a estas teorías de la conspiración; en momentos de desigualdad, crisis y colas del hambre, no son pocos los que se sienten perdedores o vulnerables; y si alguna idea ha emergido con fuerza desde que la pandemia nos inundó, ha sido precisamente la de incertidumbre. Sólo falta que se genere sensación de que las élites ocultan algo para que se cree la tormenta perfecta.


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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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