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Columna
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La derecha diestra

El PP llega a acuerdos con Vox, implícitos o explícitos, pero los de Abascal no se sientan en los sillones de gobierno

Víctor Lapuente
Santiago Abascal y Pablo Casado charlan en el hemiciclo durante la sesión constitutiva de las Cortes.
Santiago Abascal y Pablo Casado charlan en el hemiciclo durante la sesión constitutiva de las Cortes. ULY MARTÍN

En el país más de izquierdas del mundo desarrollado (España), y en el curso político más de izquierdas (con la pandemia y el ejemplo de Biden impulsando el gasto público), sube curiosamente la derecha. Ganan las elecciones autonómicas y encabezan las encuestas para las generales. La razón es que los partidos conservadores (PP y Vox) están mejor coordinados que sus adversarios. Y no porque se lleven particularmente bien, sino precisamente por lo contrario: porque mantienen una distancia prudencial.

A diferencia del PSOE y UP, populares y Vox no gobiernan juntos. Y por eso se complementan. Cada uno se especializa en uno de los dos objetivos que, como recuerda el experto en formaciones de derechas Cristóbal Rovira, tienen los partidos: exigir políticas y ocupar cargos públicos. Vox pide, con fuerza, políticas de derechas y el PP toma, con suavidad, el poder.

En la derecha, impera la división de trabajo. PP y Vox tienen diferencias programáticas notables, pero comparten la clásica definición de derechas de Norberto Bobbio: creen que las desigualdades dentro de una sociedad son naturales y se encuentran fundamentalmente fuera del alcance del Estado. Para la gente de derechas, el ogro del cuento es la naturaleza. En contraste, los de izquierdas entienden que el ogro es la sociedad y, por tanto, el Estado debe intervenir.

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La divergencia entre la derecha tradicional, liberal o conservadora, y la nueva, de cariz nacional-populista, es que la primera defiende su ideología con lealtad a las Instituciones. El Frente Nacional, Alternativa por Alemania y Vox, no. Y esa deslealtad genera rechazo en gran parte de los votantes. Así, si PP y Vox forjaran Ejecutivos de coalición, el segundo mancharía al primero con su tinte antisistema.

Es el problema estructural del Gobierno de Sánchez. Indeleblemente, Podemos salpica al PSOE. Unas medidas fiscales, educativas o de igualdad, que, decididas por el PSOE en solitario se calificarían de templadas, son tildadas de radicales simplemente porque también llevan la etiqueta morada.

La derecha evita esa confusión. El PP llega a acuerdos con Vox, implícitos o explícitos, pero los de Abascal no se sientan en los sillones de gobierno. Eso sí, este equilibrio es inestable: sólo durará mientras los de Vox prefieran que suene el himno nacional en las escuelas antes que el coche oficial en su casa. @VictorLapuente


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