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tribuna
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El peligro de que la extrema derecha gobierne Francia

La carta de los militares descontentos es una señal de que el poder podría volver a lo que Macron llama “milicias y golpistas”

Tahar Ben Jelloun
Extrema derecha en Francia
Le Pen baja de un tractor en Saint-Gilles, al sur de Francia, en una visita a una granja de vino y arroz el 20 de mayo.PASCAL GUYOT (AFP)

“El gran mudo”: así se denomina al ejército en Francia. Está para defender el territorio, no para hablar, publicar opiniones ni, mucho menos, escribir una carta al presidente de la República. Sin embargo, el pasado 21 de abril veinte generales retirados, un centenar de altos mandos del ejército y unos mil militares más publicaron, en la revista de extrema derecha Valeurs Actuelles, una carta en la que exigían “el regreso del honor y el deber de nuestros gobernantes”. Es un llamamiento a Macron para que reaccione y “defienda el patriotismo” porque “Francia está en situación de riesgo, amenazada por peligros mortales”.

Los firmantes señalan la erosión causada por cierto antirracismo que pretende crear el odio entre comunidades y quiere una guerra civil. Estas personas “desprecian nuestro país, sus tradiciones y su cultura”. Por tanto, no son franceses, o son malos franceses extraviados en luchas ilusorias cuyo objetivo es debilitar a Francia.

La carta cayó como una bomba, sobre todo porque se dio a conocer al mismo tiempo que en varias regiones del país se cometían actos de enorme violencia. La policía es despreciada, poco querida, carece de autoridad real y, sobre todo, está desmotivada. La inseguridad aumenta y da la impresión de que el país no está gobernado.

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Emmanuel Macron no tuvo una reacción pública, pero en privado, entre sus asesores, se mostró furioso: “Marine Le Pen muestra su verdadero rostro, el de las milicias y los golpistas”. Por su parte, Le Pen exhortó a los firmantes de la carta a unirse a ella en su “batalla por Francia”.

En realidad, desde la aparición de los chalecos amarillos en noviembre de 2018, el Estado ha demostrado que no controla la situación. Los manifestantes protestaban todos los sábados contra la pobreza, entre otras cosas, y llegaron a asaltar el Arco del Triunfo, quemar bienes públicos y otros actos similares. Y Macron no supo reaccionar ante aquella contestación tan amplia y prolongada. Habló con alcaldes, se reunió con ciudadanos indignados, pero no hubo ninguna respuesta firme y decisiva a este nuevo tipo de movimiento social.

Por si fuera poco, la pandemia, mal gestionada al principio, ha acentuado la torpeza del Gobierno y su incapacidad de gobernar un país en el que son frecuentes los ataques contra la democracia.

Es cierto que los fanatismos están en ascenso: antirracistas resentidos con los “blancos”, feministas radicalizadas, ecologistas sin matices e islamistas que aprovechan este desorden para cometer crímenes a plena luz del día.

Este es el panorama de una Francia que da la impresión de haber perdido el rumbo y deja el campo libre a la extrema derecha de Marine Le Pen, mientras ella se prepara para las elecciones presidenciales que se celebrarán en mayo de 2022. Varios sondeos la dan como ganadora frente a Macron en la segunda vuelta. Otros prevén un empate. Motivo suficiente para crear ansiedad y preocupación.

El Reagrupamiento Nacional (Rassemblement National, el nuevo nombre del Frente Nacional) ha roto con Jean-Marie Le Pen, que mantenía una postura más dura y xenófoba. Marine Le Pen ha cambiado el contenido de su discurso y está consiguiendo atraer cada vez a más partidarios.

A esta situación han contribuido dos elementos: la derecha tradicional, Los Republicanos, están debilitados y sobre todo divididos, hasta el punto de que no han logrado ponerse de acuerdo en un candidato creíble que presentar frente a Macron. La izquierda socialista está prácticamente desaparecida. Queda el partido de Mélenchon, la Francia Insumisa, que agita pero no supera el 10% de los votos en general.

Macron es inteligente, pero le falta experiencia y ha vivido poco. No ha sufrido dificultades en su vida y gobierna como un tecnócrata convencido de que puede resolver todo con actuaciones en el momento que no conducen a nada tangible. Aun así, ha conseguido dividir a los republicanos con la captación de destacados representantes de la derecha tradicional para su movimiento La República en Marcha.

A propósito de los últimos atentados terroristas en Francia (42 atentados desde 2012, reivindicados principalmente por los seguidores del “Estado Islámico”), Marine Le Pen y algunas voces de los Republicanos han denunciado “la relación entre inmigración y terrorismo”. Esa relación, en la que insiste a menudo el periodista y polemista Eric Zemmour, que dice que “no existen diferencias entre el islam y el islamismo”, no se corresponde con la realidad. Los autores de la mayoría de los atentados eran franceses, sin duda de origen inmigrante, pero no inmigrantes ellos mismos. Los demás, como el checheno que degolló a Samuel Paty, un profesor que se atrevió a hablar de las caricaturas del profeta en clase, y el tunecino que mató a Stéphanie Monfermé, una administrativa de la comisaría de Rambouillet, son casos particulares, que no representan al conjunto de la inmigración en Francia.

Hay que tomarse muy en serio la posibilidad de que la extrema derecha gobierne el país. A pesar de que Marine Le Pen es incompetente (sobre todo en economía), y dice muchas tonterías, cada vez más franceses la votan y piensan que ella puede salvarlos de la precariedad, la pobreza y esa decadencia de Francia que proclaman los intelectuales de todo signo. Para la mayoría de los franceses, el hecho de que el Instituto Pasteur y el laboratorio Sanofi hayan renunciado a investigar una vacuna contra la covid-19 es un retroceso intolerable en el país de Pasteur y de Pierre y Marie Curie.

La carta de los generales llega justo cuando empieza la campaña para las elecciones presidenciales. Una señal de que, al margen de la derecha y de la izquierda, dos conceptos que ya no funcionan, el poder podría volver a manos de lo que Macron denomina “milicias y golpistas”; eso le situaría en compañía del general De Gaulle, que vio desafiada su autoridad por el golpe de mano de los generales en 1958 en Argel.

Tahar Ben Jelloun es escritor, ganador del Premio Goncourt en 1987.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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