Ana Frank en los territorios ocupados
Hay que abrir la puerta a la esperanza de un tiempo por venir, un tiempo de paz deseado y anhelado por la población civil tanto israelí como palestina
La joven Ana llevaba tiempo escribiendo su diario cuando en la radio escuchó el encendido discurso del primer ministro holandés: cuando acabe la guerra, dijo, tendremos que recopilar los documentos que testimonien la ocupación nazi. Y por eso mismo se puso a revisar lo que acabaría siendo uno de los textos más conmovedores sobre las consecuencias devastadoras de la barbarie absurda y salvaje, y el sinsentido de querer exterminar al que se considera otro por el simple hecho de ser así considerado.
No dejo de pensar que a día de hoy puede haber en Gaza, en Cisjordania, en toda Palestina y en Israel, niñas como Ana Frank: alegres, despreocupadas, con ganas de hablar de las cosas que les pasan a las chicas de su edad, sus enamoramientos y sus amistades, simpatías y antipatías, enfados y alegrías. Niñas que se dan cuenta de lo que supone crecer, cuando los pies ya no les caben en los únicos zapatos que tenían o las camisetas no llegan a cubrirles el ombligo. Me imagino a niñas palestinas atemorizadas por el estruendo de los misiles y las bombas, escuchando en la noche con atención, siempre alerta, siempre preguntándose qué vida es esta. Si Ana Frank hubiera estado en los territorios ocupados enumeraría las carencias cotidianas: la falta de agua potable, de alimentos, de medicamentos. El temor a que un familiar enferme sabiendo que será difícil que pueda ser atendido. Si desde Amsterdam Ana decía “todo esto nos pasa por el simple hecho de ser judíos”, en la Palestina en conflicto también habrá adolescentes anotando en sus diarios: “todo esto nos pasa por ser árabes”.
Y ante esto me pregunto si no hemos aprendido nada de la Shoah, si las lecciones sobre los peligros del antisemitismo y lo lejos que puede llevarnos el odio no sirven para prevenir el odio contra otros por parte de quienes más lo sufrieron. Si es posible que el temor de un pueblo a ser de nuevo borrado del mapa pueda conducirlo a la tentación de querer exterminar a otro pueblo que se percibe, todo él, no solamente sus integrantes beligerantes, como el “enemigo”.
Ojalá que la joven que escribe en los territorios ocupados pueda escuchar la voz de alguna autoridad diciendo “cuando acabe la guerra”. Supondría la puerta a la esperanza de un tiempo por venir, un tiempo de paz deseado y anhelado por la población civil tanto israelí como palestina.
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