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Columna
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‘Trampantoja’

Nos reflejamos en la imagen interpretada, sentida. Hay que fijarse. Activemos el filtro de una humanidad que proteja siempre a los parias, a las parias, de la tierra

Marta Sanz
Crisis migratoria Ceuta
Profesionales sanitarios atienden a varias personas en la nave de primera acogida del polígono del Tarajal (Ceuta).Antonio Sempere (Europa Press)
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Menores en primera línea del caos

Hay que fijarse. Pato o conejo. ¿Qué es la imagen que miro? Se lo preguntaba Ricardo Piglia en Blanco nocturno. Vivimos en un universo de saturación, sobreimpresión, de imágenes. Distingo una bruja, pero, si me fijo más, dentro de los mismos trazos descansa una damisela con estola. Hay que fijarse y hacerse preguntas que delatan los prejuicios de nuestra retina superinformada y a punto de desprenderse por soportar una carga excesiva. Estamos al borde de la ceguera. Urgen los cursos para desarrollar habilidades decodificadoras del trampantojo. Veamos la reciente avalancha de migrantes hacia Ceuta. El álbum. En la primera imagen, una verja se abre y deja paso a una alegre multitud. Sus autoridades dicen: “Pasa. Hoy es fiesta”. Traspasan la frontera de un país inaccesible para asistir a un partido de fútbol o para trabajar, ganarse la vida, escapar de la ruina, realizar su sueño de prosperidad. Trabajar, ganarse la vida, ruina, sueño de prosperidad no son lo mismo. Nuestras pupilas, instruidas en publicidad y finales felices, se contraen de regocijo: una verja; se abre; entusiasmada gestualidad corporal. Imagen sin violencia. Sin embargo, por detrás, están las intenciones de un Gobierno que reduce a añojo de tercera a su ciudadanía, la usa como peón para su venganza, distorsiona la palabra humanitarismo, abre una puerta dando argumentos a los enemigos de sus compatriotas pobres: invasión, menas hacinados en naves, hijos de puta, hijos de puta, Ceuta española, delincuencia. No importan la carne de cañón, los cuerpos incómodos para propagar el miedo al contagio del piojo, el virus o la miseria, las esperanzas malbaratadas de los alegres muchachos o de esas mujeres que atraviesan las jaulas fronterizas con sus mercancías a cuestas, y ese día nadaron sin saber nadar con sus bebés a la espalda y llegaron sin aliento a la orilla: un guardia civil, por una vez, rescató a un niño vivo y no a un niño muerto.

Otras imágenes primero nos indignan, después nos forzamos a justificarlas y vuelven a indignarnos porque la violenta necesidad de ciertas acciones aún no nos ha necrosado el rojo latido del corazón: los muchachos trepan por un acantilado y son recibidos por las botas de las fuerzas de seguridad que los devuelven al agua. Arriba, patada, palo, abajo, es necesario, horrible, hay que defender el territorio, la salud de los ceutíes, los negocios, ay, es necesario. No lo puedo soportar. Luego está la maldad pura: una periodista tergiversa los más altos valores de nuestra condición humana. El subsahariano aferrado a la voluntaria de Cruz Roja. Dolor, empatía, impotencia, abrazo, compasión se reducen a suciedad gracias a la mirada difamatoria de una fascista. La psicopatía política y social hermana a los que han nacido en el lado bueno del mundo: cayetaners, prevaricadores, monjas que dan pellizcos, reyes africanos, oligarcas que no tienen la piel blanca, pero usan a los que la tienen como ellos para proteger sus intereses de clase. Todos a una: ultraderecha española y aristocracias multicolores. Pasta gansa. Falta de respeto hacia vidas prescindibles. Hay que fijarse. Una imagen despierta sentimientos contradictorios, encierra un significado imprevisible, es adulterada por un ojo atroz. Nos reflejamos en la imagen interpretada, sentida. Hay que fijarse. Activemos el filtro de una humanidad que proteja siempre a los parias, a las parias, de la tierra.

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Sobre la firma

Marta Sanz
Es escritora. Desde 1995, fecha de publicación de 'El frío', ha escrito narrativa, poesía y ensayo, y obtenido numerosos premios. Actualmente publica con la editorial Anagrama. Sus dos últimos títulos son 'pequeñas mujeres rojas' y 'Parte de mí'. Colabora con EL PAÍS, Hoy por hoy y da clase en la Escuela de escritores de Madrid.

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