Maleducada
La derecha ha conseguido confundir autoridad con autoritarismo transformando a la izquierda en señorita Rottenmeier
La izquierda española dice que Madrid no es España: Madrid es la isla de las gallinejas, la fusión afterwork nada insólita de caspa y neoliberalismo. La izquierda, con sentido y sensibilidad pragmáticos, insiste en detectar y resolver los problemas reales de la gente. Sin embargo, la derecha vota a su candidato/candidata, aunque elijan al pato Donald para desempeñar ese papel, y el pato Donald no sea un gran pato gestor ni un pato de recursos. Pero el pato es ideológicamente una bomba. No conviene olvidar este detalle. La educación es el ámbito en el que mejor se refleja este asunto.
Yo di clases en una universidad privada. Después de presentar una bibliografía exigua, un alumno se levantó: “Seño, yo solo leo cuando cago”. Activé esos reflejos chulescos que tanto gustan: “Tú, este año diarrea”. Preparé para mi alumno una lista de lecturas complementarias entre las que se encontraba Lolita. La novela de Nabokov es tan abyecta como excelente y, en literatura, estos dos adjetivos no son incompatibles. No permití que ese alumno hiciese lo que le diera la gana condenándole a un estreñimiento de por vida. Ese alumno, al enterarse de mis problemas claviculares, me mostró su amor: “Deja el Lorazepam, la ayahuasca es más natural”. Dudé de mis dotes pedagógicas —o no—, se lo agradecí, pero pasé. Llámenme estrecha, porque ahí quería yo llegar: la derecha ha conseguido confundir autoridad con autoritarismo transformando a la izquierda en señorita Rottenmeier mientras ella se viste de Heidi o de a quién le importa lo que yo haga. No recuerdan que sus referentes religiosos aún se meten en nuestras camas para decirnos con quién y por dónde debemos introducir cosas. Su eslogan de hacer lo que me da la gana —si me lo puedo pagar, depredadoramente, como sostiene la exitosa presidenta— dificulta la posibilidad de explicarle a un niño emperador que no debe pegar a su madre porque no le ha comprado unas zapas que representan su libertad, es decir, su vida entera. Cómo le cuentas al alumnado que ser respiracionista constituye una opción libérrima a la vez que una excelsa chorrada. Lo verdaderamente autoritario es el principio de los pocos y selectos con el que Vox quiere reducir el número de representantes en la Asamblea de Madrid —para ahorrar—; en breve propondrán que la clase política no cobre, para que solo empresarios a los que rendir homenaje el día del trabajo y grandes hacendados herederos puedan ejercer como próceres de la patria desde esa patológica conciencia de que somos iguales, pero no —el emérito es mejor—. Tampoco ayuda la ideología publicitaria de las empresas de telecomunicaciones que presentan familias cuyos miembros se aíslan en cubículos conectados con un exterior efímero, o suben a la azotea para conversar con el espíritu de un padre muerto: entre sí hablan poco a no ser que la nena abandone sus clases telemáticas —alucinante— para ayudar a que al papá no le fundan en un videojuego. Videojuego, panacea para la comunicación intergeneracional en una sociedad empantallada y condenada a la enfermedad crónica. A la resolución de las deficiencias materiales de aulas públicas en las que un bilingüismo de chichinabo es la mejor manera de no saber nada de historia o ciencias, hay que sumar estímulos que nos ayuden a mirar la realidad desde otro punto de vista. No es fácil. Casi todo está en contra.
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