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COLUMNA
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Directorio democrático

El G-7, antes grupo de países más industrializados, está organizándose ahora alrededor de la idea democrática, en oposición a las autocracias

Lluís Bassets
G 7
Reunión en Londres de ministros del G-7 el pasado 5 de mayo.HOLLIE ADAMS / POOL (EFE)
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No sabemos si estamos ya en una nueva confrontación bipolar como en la Guerra fría. Es indiscutible en todo caso que acaba de empezar una dura carrera por el galardón de superpotencia del siglo XXI, entre el titular del siglo XX, Estados Unidos, y China, el aspirante. Y que en esta carrera no solo se juega la hegemonía, sino también el modelo de sociedad.

Si se impone la China autoritaria, será intensa la presión en las sociedades liberales occidentales para que adopten más pronto que tarde, en nombre de la eficacia, formas de capitalismo autoritario o iliberal en el más leve de los casos. Clausurada quedó la esperanza de que el sistema chino o la tiranía rusa se convirtieran algún día en democracias liberales y pluralistas. Lo demuestra el ahogamiento de las libertades de Hong Kong. Ahora es un sinsentido la sentencia de Deng Xiaoping que preconizaba dos sistemas en un solo país y dejaba así abierto el futuro hacia una convergencia. Lo saben los uigures y lo saben los ciudadanos de Taiwán.

Tiene toda la lógica el volantazo que está dando el G-7, hasta hace pocos años el grupo de países más industrializados, en trance de convertirse en el de los países promotores de la democracia. Si hubiera sido por Trump y la pandemia, el G-7 no existiría. No se reunió el pasado año y quedó muy devaluado por el desdén trumpista, especialmente por la idea de invitar al zorro ruso a regresar al gallinero, después de haberlo echado en 2014 tras comerse las gallinas de Crimea.

La próxima cumbre será en junio, presidida por Boris Johnson y en Gales. Sorprende la prolija y contundente declaración preliminar de los ministros de Exteriores y de Cooperación, reunidos esta pasada semana en Londres, en la que no dejaron rincón del mundo sin barrer desde las exigencias del Estado de derecho, las libertades y los derechos humanos. Rusos y chinos se han dado por aludidos y ofendidos. No están en el G-7 y tienen que soportar lo que consideran intromisiones en sus asuntos internos.

No lo son en ningún caso. Navalni, el pueblo uigur, la ciudadanía de Hong Kong o la libertad de Taiwán afectan a todas las democracias. Intereses y valores son inseparables, el haz y el envés de unos sistemas liberales que deben demostrar su eficacia ante los éxitos chinos con la pandemia y la recuperación económica. Si acaso hay nueva polaridad no es entre comunismo y libertad, ni entre fascismo y democracia, como quieren algunos, sino entre democracia y autoritarismo, el modelo de Estados Unidos y Europa y el de Rusia y China.


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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