Alemania europea
Los principales candidatos a la cancillería tienen perfiles positivos para el proyecto comunitario
El horizonte electoral alemán se ha aclarado esta semana con la definición de los candidatos a la cancillería de los dos partidos con mayores opciones según los sondeos, democristianos y verdes. En el primer caso, el cabeza de lista será Armin Laschet, figura continuista con respecto al legado de Angela Merkel; en el segundo, Annalena Baerbock, representante pragmática y moderada de la pujante formación ecologista. Los dos —junto con el socialdemócrata Olaf Scholz, actual vicecanciller y ministro de Finanzas— conforman el núcleo político que, previsiblemente, tendrá mayor influencia en plasmar la era pos-Merkel. La ciudadanía alemana decidirá en septiembre cuánta fuerza otorgar a cada uno de ellos en unas elecciones con grandes consecuencias para la Unión Europea. En ese sentido, de entrada, puede considerarse que el trío exhibe credenciales positivas para el proyecto común.
Laschet se impuso primero a Friedrich Merz, que hubiese encarnado un giro de la CDU hacia la derecha en múltiples sentidos y con serias repercusiones en clave europea; y ahora a Markus Söder, líder de la rama bávara de los democristianos, un político quizás más carismático, más eficaz en la etapa pandémica, pero que en su trayectoria ha exhibido un conservadurismo más rígido, por ejemplo en la cuestión migratoria. Baerbock encarna, con 40 años, una perspectiva de renovación del liderazgo alemán desde posiciones modernizadoras y moderadas. Su formación es claramente proeuropea, y bajo una dirección pragmática puede ser una fuerza muy constructiva. En cuanto a Scholz, si bien el SPD no cuenta con buenas perspectivas, se trata sin duda de un dirigente que ya se ha implicado otras veces, como ha demostrado con su posición en materia de unión bancaria.
La UE está ya en una fase de progresiva hibernación debido a las elecciones alemanas. La convocatoria inhibe la toma de decisiones en asuntos de calado que no sean urgentes. La pandemia precipitó en 2020 un profundo cambio en la política europea de Berlín, con la aceptación de una mancomunación de la deuda y el reparto de subsidios. Hay un amplio consenso en Alemania con respecto a esta iniciativa y a la necesidad de sostener una política expansiva en esta fase —en contraste con la errónea actitud rigorista ordoliberal frente a la crisis que empezó en 2008—. Este giro es bienvenido. Pero quedan por delante decisiones difíciles acerca del estímulo —probablemente insuficiente—, sus condiciones políticas —que tendrán que ser finas— y cuándo activar el ajuste —no antes de una recuperación consolidada—. Queda por reformar el pacto de estabilidad y avanzar en la unión bancaria. Y mil otros retos. Para todo ello, es positivo tener candidatos con simpatías europeístas, en la esperanza de que consoliden y profundicen el giro comenzado en 2020.
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