Almohadas
Pablo Iglesias sabe que la gran batalla de estas elecciones es invisible, porque no se librará en el debate ni en las entrevistas, sino en las reflexiones de miles de madrileños rojos rojísimos
Hace poco, les conté a unas amigas que el eslogan de Ciudadanos sería Madrileños por Edmundo, y me dijeron que no las tomara el pelo. Al día siguiente, Ayuso se defendió por haber ocultado que posee la mitad de su empresa familiar, diciendo que no hablaba de Podemos. Así, entre ocurrencia y ocurrencia, pasan demasiadas cosas desapercibidas. La derecha coincidió en reírse del CIS, pero a las pocas horas de que les situara al borde de la representación, Vox corrió a garantizar que están dispuestos a apoyar al PP desde fuera del Gobierno. Los expertos afirman que crece la movilización en la derecha, pero yo no creo que Ayuso y Monasterio concentren hoy más voto a favor que Carmena en contra hace dos años. Sin embargo, quienes hicieron alcalde a Almeida no fueron sus votantes, sino los de Sánchez Mato, que encabezó una candidatura, IU-Madrid en Pie, a la que felizmente nadie ha aludido en esta precampaña, la primera en muchos años sin jugarretas internas en la izquierda. El buen rollo entre los tres partidos progresistas es una novedad que resiste contra su propia tradición común y la triunfal campaña de Ayuso, y aunque Iglesias no sale favorecido en las encuestas, tampoco está nervioso. No debería. Él, que conoce muy bien el percal, sabe que la gran batalla de estas elecciones es invisible, porque no se librará en el debate, ni en las entrevistas, ni en los vídeos electorales, sino sobre las almohadas de miles de madrileños rojos, rojísimos de la muerte, que nunca votan porque no existe un candidato a la altura de su pureza revolucionaria. En la noche del 3, en la misma mañana del 4 de mayo, ellos y ellas decidirán si Pablo puede ser ese candidato. Y eso lo cambiará todo o lo dejará como está, al margen de lo que digan las encuestas.
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