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COLUMNA
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Transfuguismo o pluralidad

¿Qué ocurre cuando un representante debe pronunciarse sobre algo no previsto en el programa electoral, o la posición marcada por el partido supone un cambio de posición respecto a lo comprometido?

Cristina Monge
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En noviembre de 2020, tras más de una década sin reunirse, el Pacto Antitransfuguismo firmado en 1998 fue por fin convocado para incorporar a los nuevos partidos y plantear dos novedades importantes. La primera, la ampliación del acuerdo de ámbito local al autonómico y estatal, puro sentido común. La segunda, por el contrario, está siendo objeto de polémica, ya que supone un cambio en el propio concepto de tránsfuga que pervierte su sentido. Mientras que hasta el momento se consideraba tránsfugas a quienes, apartándose del voto marcado por su formación, “pactan con otras fuerzas para cambiar o mantener la mayoría gobernante (...), o bien dificultan o hacen imposible a dicha mayoría el gobierno de la entidad”, en la última adenda se elimina la condición de que apartarse del criterio establecido por el partido conlleve un cambio en las mayorías de gobierno.

Es conocido que elegimos listas cerradas y bloqueadas, es decir, listas confeccionadas por los partidos, y por lo tanto votamos a formaciones con un programa político, pero también lo es que en España no existe el mandato imperativo que exige atenerse a lo estrictamente previsto en el momento de optar al cargo aunque cambien las condiciones, el criterio del partido, o aparezcan asuntos sobrevenidos. Emerge así un debate crucial: ¿qué ocurre cuando un representante debe pronunciarse sobre algo no previsto en el programa electoral, o la posición marcada por el partido supone un cambio de posición respecto a lo comprometido? O lo que es lo mismo, ¿dónde acaba el pluralismo y empieza el transfuguismo? Si los partidos fueran máquinas democráticas perfectas el debate interno estaría garantizado a la hora de tomar tales decisiones, pero sabemos que eso no es exactamente así.

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Según la teoría de la representación, no puede haber representación sin debate libre y abierto entre representantes, y sin que estos sean independientes. Como recuerda el profesor Villoria, “la democracia de consigna no es democracia representativa. Asunto distinto es que el representante venda su voto al mejor postor y decida con ello mayorías de gobierno. En ese caso no hay ni debate, ni independencia, sino pura corrupción”.

El colmo del esperpento se ha dado cuando, tras retorcer el concepto hasta llevarlo al absurdo, el Pacto Antitransfuguismo salta por los aires en Murcia. Por el camino, los partidos críticos con esta última reforma han dejado de ser convocados a las reuniones del Pacto, perdiendo este su condición de foro de consenso entre todas las formaciones, y la incorporación de estos principios a los parlamentos autonómicos está generando enormes dudas jurídicas como sucede en Andalucía.

Tal y como está planteado, el Pacto Antitransfuguismo puede servir para expulsar a quien resulte molesto con la dirección del partido, como ha ocurrido con Teresa Rodríguez en Andalucía. Pero puede quedarse en papel mojado ante un caso, el de Murcia, que no presenta dudas. En ambas situaciones, la democracia sale perdiendo.

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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