_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ministerio parche

Hace décadas que en el país asiático se habla de problemas sociales vinculados a la soledad que ahora pretenden paliar

Ana Fuentes
Un hombre camina por una intersección hacia una estación de tren en Tokio el pasado marzo.
Un hombre camina por una intersección hacia una estación de tren en Tokio el pasado marzo.Hiro Komae (AP)

En Japón muere tanta gente sola que existe una palabra para cuando uno fallece desamparado y su cadáver se encuentra tiempo después: kodokushi. Además, durante la pandemia se dispararon los suicidios por primera vez en 11 años. Más de 20.000 japoneses se quitaron la vida, el triple de los fallecidos por coronavirus. La solución que ha puesto el Gobierno ha sido crear un Ministerio de Soledad. Al frente está Tetsushi Sakamoto, que ya se encargaba de incentivar el nacimiento de niños, en caída desde la década de los setenta.

La medida parece un parche más que una estrategia. Hace décadas que en el país asiático se habla de problemas sociales vinculados a la soledad que ahora pretenden paliar. De los hikikomori, por ejemplo, jóvenes con fobia social que deciden aislarse y hacer vida en su cuarto. O de las madres divorciadas que legalmente no tienen derecho a una pensión por hijos a cargo y que viven en la pobreza. Las políticas de estímulo Abenomics, que impulsó el ex primer ministro Shinzo Abe en 2012, supuestamente iban a incorporar a más mujeres al mundo laboral, pero todo ha quedado en titulares. Mucho womenomics, como se cuidaron de publicitar, pero ni guarderías ni subidas de sueldo.

El Reino Unido fue el primer país en darle a la soledad categoría ministerial en 2018. Un informe parlamentario concluyó entonces que nueve millones de británicos sufrían porque no se relacionaban con nadie. Podían pasar un mes sin hablar con otra persona. Ese aislamiento, dijeron los expertos, era peor para la salud que fumar 15 cigarrillos al día. En lugar de plantearse sus políticas de austeridad, de asistencia social o de inmigración, Theresa May optó por un ministerio. Como dijo el brillante cómico estadounidense Stephen Colbert, “los británicos han definido el problema más inefable del ser humano y le han dado la solución más fría y burocrática”.

El diagnóstico está claro: la soledad no deseada es un problema que viene de lejos y con la covid-19 ha aumentado. En EE UU, una investigación de Harvard del pasado octubre constató que el 36% de los estadounidenses padece “soledad severa”. Son mujeres y hombres de todas las edades y nivel adquisitivo, aunque en mayor medida los parados, los trabajadores precarios, los residentes en lugares remotos y aquellos sin red familiar. De media, 700.000 estadounidenses mueren cada año alcoholizados o adictos a opiáceos. Son muertes prematuras por desesperación, como apuntaron Anne Case y Angus Deaton.

Estamos más conectados por internet y al mismo tiempo más disgregados que nunca. Ahora bien, ¿se necesita un ministerio? Las asociaciones llevan décadas alertando sobre el impacto de los recortes en políticas sociales, de salud mental y desarrollo rural. Querer combatir la soledad sin sufragar aquello que la alivia sirve de poco.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Ana Fuentes
Periodista. Presenta el podcast 'Hoy en EL PAÍS' y colabora con A vivir que son dos días. Fue corresponsal en París, Pekín y Nueva York. Su libro Hablan los chinos (Penguin, 2012) ganó el Latino Book Awards de no ficción. Se licenció en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid y la Sorbona de París, y es máster de Periodismo El País/UAM.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_