Tulipanes digitales y el espectro de la inflación
El auge del bitcoin es una fiebre especuladora que señala temor a la subida del coste de la vida y desconfianza en el poder político, un factor históricamente siempre asociado con la aparición de pseudodinero privado
La historia del dinero es fascinante. Igual que la de las civilizaciones. Tanto es así que las dos están estrechamente relacionadas, y hay una constante: la innovación financiera genera prosperidad, mientras que la decadencia política presagia crisis monetarias. Hoy vivimos de nuevo una época de grandes convulsiones políticas, de ahí que sea conveniente volver a la historia para ver qué puede pasar con nuestro dinero.
Quizás el primer estudio sobre el dinero se publicó en China en el siglo VII antes de Cristo (sí, hace mucho tiempo) y se conoce como el Guanzi. Ya entonces los académicos chinos concluyeron que las monedas no necesitaban tener valor intrínseco. El dinero era la deuda que emitía el soberano y como tal era una herramienta clave para el ejercicio del poder. Si el soberano emitía mucha deuda eso estimulaba la actividad económica, pero si había mucho más dinero en circulación que bienes se creaban, eso llevaría a una subida de precios y a cierta inestabilidad, de ahí que el soberano a veces tenía que restringir el gasto para reducir los precios. Un equilibrio complicado.
Otra lección que descubrieron fue que el dinero tiene un componente redistributivo. La deflación beneficia a los acreedores, mientras que la inflación es ventajosa para los deudores. Eso crea tensiones. Por otra parte, como el dinero no tenía por qué tener valor el gobernante podía crearlo a su antojo y cada vez que lo hacía redistribuía riqueza de sus sujetos a las arcas del Estado. Este descubrimiento llevó a los académicos chinos a la última lección. El soberano debía mantener un monopolio sobre la producción del dinero si quería asegurar la estabilidad política y social.
Gracias a estos primeros estudios China estuvo muy por delante de Europa en temas monetarios. El primer papel dinero (o “dinero volador” porque no pesaba y era fácil de transportar) se implantó en la dinastía Tang en el siglo VII y se perfeccionó en la dinastía Song en el siglo XI. Así pues, cuando Marco Polo llegó a China en el siglo XIII, el uso de papel moneda estaba muy extendido en el imperio del Gran Kan. En Europa, en cambio, el primer billete de un soberano solo se emitió en el siglo XVII en Suecia.
También es cierto que a lo largo de los siglos muchos gobernantes chinos hicieron lo contrario de lo que había prescrito el Guanzi y eso trajo consigo periodos de hiperinflación. Hasta tal punto que en 1455 las autoridades chinas prohibieron el papel moneda y a partir de ahí el país se obsesionó con la plata hasta que el Partido Comunista se consolidó en el poder en la segunda mitad del siglo XX.
Estas dolorosas experiencias chinas y sus equivalentes en Europa, como la hiperinflación de los assignat después de la Revolución Francesa o de la República de Weimar, explican por qué también en Occidente hasta 1971, que Nixon rompió definitivamente con el patrón oro, el anclaje monetario a un metal precioso fue la regla imperante.
En este medio siglo de dinero fiduciario hemos incorporado algunas de las lecciones del Guanzi. El dinero no tiene valor intrínseco y después de la “estanflación” de los años setenta la inflación se ha mantenido baja. Sin embargo, lo que no hemos hecho es dejar el monopolio de la creación del dinero en manos del soberano. Hoy son los bancos comerciales los que crean dinero a través del sistema de reserva fraccionaria y el crédito ha aumentado enormemente. Por otra parte, también hemos descubierto que la teoría cuantitativa del dinero es cuestionable: hemos aumentado la masa monetaria enormemente (sobre todo desde la crisis financiera de 2008) y no hemos visto un aumento en la inflación.
Pero las lecciones de la historia sugieren que esto podría cambiar. Después de la Gran Recesión y la guerra contra la covid-19 el endeudamiento público y privado global ha alcanzado el 365% del PIB mundial, un récord histórico. Solo el año pasado la Reserva Federal de EE UU emitió un quinto de todos los dólares que están en circulación. No es de extrañar que la Bolsa americana esté por las nubes. El año pasado además el precio del oro como el Dow Jones registraron récords absolutos. Algo insólito porque suelen ir en direcciones opuestas. Esta anomalía indica que la liquidez está creando burbujas de activos y distorsionando el descubrimiento de precios por los agentes económicos.
Esto ha aumentado el temor a la inflación. La escalada en el precio del bitcoin indica eso. La criptomoneda representa un anhelo de volver al patrón oro. Su atractivo está en que la oferta es limitada porque solo se van a “imprimir” 21 millones de bitcoins. Pero exactamente por eso nunca va a ser una moneda, y mucho menos dinero. Como la demanda sube y la oferta escasea, el precio del bitcoin sube. Pero no nos engañemos, el bitcoin no es ni medio de cambio (pocos van a comprar su Tesla con bitcoins) ni una unidad de cuenta (su valor se mide en dólares o euros), y es un depósito de valor demasiado volátil. Estamos ante un tulipán digital fruto de una fiebre especuladora.
Pero la “manía” del bitcoin nos tiene que hacer reflexionar. Históricamente, la aparición de pseudodinero privado siempre ha indicado que el poder político estaba perdiendo legitimidad. El desapego de amplias capas de nuestra sociedad con nuestro sistema democrático y orden internacional liberal es incuestionable. El ataque al Capitolio es el reflejo más evidente. Normalmente, la inestabilidad política y monetaria se retroalimentan. Y hay que pensar que 50 años de dinero fiduciario son un breve instante en la historia de las finanzas.
¿Qué nos depara el futuro? Por ahora el dinero barato continuará porque hay que ganarle la guerra a la covid-19 y porque la FED no se puede permitir un desplome de la Bolsa si la mitad de los americanos tienen sus ahorros ahí. Pero es justamente después de las guerras cuando aparece la inflación. Quizás vivamos otros felices años veinte de euforia, pero en algún momento habrá que reducir la deuda. Y para ello es oportuno contemplar cuatro escenarios. Crecimiento: eso sería lo ideal. Usar el dinero barato de hoy para invertir y aumentar nuestra productividad. Pero puede que acabemos con poco crecimiento y demasiada inflación. Ajuste: los bancos centrales mantendrán su independencia, subirán tipos cuando los precios empiecen a subir, el coste de la deuda aumentará y entraremos en una dura recesión. Esperemos que para entonces la desigualdad sea menor porque si no la tensión social aumentará. Inflación: la clase política captura los bancos centrales con “dominancia fiscal” y se opta por reducir la deuda gracias a la subida de precios. Puede funcionar, pero es una estrategia peligrosa. La inflación es un animal que desatado no es fácil de domar.
Finalmente, queda la reestructuración de la deuda: Thomas Piketty y otros cien firmantes lo han propuesto hace poco. Lógicamente se han encontrado con la oposición frontal del establishment. La reestructuración de deuda soberana en el corazón de nuestro sistema monetario debe ser la última opción. Pero quizás, si no funcionan las otras tres, no quede otro remedio. El año del Jubileo del Viejo Testamento ya contemplaba la cancelación de la deuda cada 50 años, y ese documento es incluso más antiguo que el Guanzi.
Miguel Otero Iglesias es investigador principal en el Real Instituto Elcano y profesor del IE School of Global and Public Affairs.
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