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EDITORIAL
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Con los jóvenes

La política española debe centrarse en la endémica injusticia social juvenil

Bono joven de alquiler
Dos jóvenes frente a un portal con un piso en alquiler.PAULA VILLAR

España afronta una serie de desafíos de enorme trascendencia que tienden a monopolizar la atención. El reto de la pandemia destaca en primer plano; las turbulencias que afectan a la forma y la dimensión territorial del Estado causan honda inquietud; las disfunciones de una política que no garantiza una vida institucional serena irritan. Todos ellos son problemas gravísimos. Pero no justifican la insuficiente atención a un mal endémico de la sociedad española: la incapacidad de abrir dignamente paso a sus generaciones jóvenes. Es notorio que España está en el furgón de cola de Europa en cuanto a fracaso escolar y tasa de paro juvenil. Urge buscar soluciones.

Es un problema sistémico, que tiene raíces en el sistema educativo, en el mercado laboral, en la estructura y cultura empresarial, en el acceso a la vivienda. Requiere por tanto respuestas sistémicas. A la vista del panorama político español, no cabe esperar iniciativas de amplio consenso; pero sí se puede reclamar que el asunto esté en el centro del debate político tal y como está intentando en Italia Mario Draghi, quien se refirió repetidamente a esta cuestión en su discurso de investidura.

En el apartado educativo, si bien España ha registrado mejoras y elevado considerablemente su porcentaje de licenciados en las últimas generaciones, sigue habiendo graves problemas, desde las mencionadas altas tasas de abandono prematuro hasta una insuficiente cuota de estudiantes en las ramas universitarias científicas y tecnológicas o el deficitario engarce con el mundo empresarial.

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En el laboral, es notoria la brutal tendencia a la precariedad, que se ensaña especialmente con aquellos que intentan entrar en el mercado, minando gravemente no solo sus perspectivas profesionales sino también las personales. Hay por otra parte inquietantes indicios de una caída en los salarios de entrada en el mercado. Todo ello además dificulta la movilidad interna, ya que cuesta trasladarse con contratos precarios y de bajo salario.

No facilitan las cosas la estructura empresarial española, con una cuota excesiva de pequeñas empresas; un ambiente de negocios no muy propicio al emprendimiento; y un mercado de la vivienda hostil en los grandes centros urbanos, con una presencia pública en el sector del alquiler inferior a la media europea que falla en reequilibrar las dinámicas del mercado, lo que sufren especialmente los jóvenes y complica el independizarse.

Las consecuencias de esta situación son nefastas: en primer lugar, por supuesto, para los afectados, que no pueden disfrutar de sus vidas con la plenitud que merecen; pero también para la sociedad en su conjunto, que no aprovecha bien su potencial, ve crecer bolsas de desafección política y agravarse la crisis demográfica.

Señalar y afrontar este problema no es una actitud paternalista hacia generaciones que saben lo que quieren igual que las anteriores: es una elemental cuestión de justicia social y reparto ecuánime del progreso. Otros segmentos de la sociedad que también sufren situaciones de injusticia están más presentes en el debate social. La cuestión juvenil lo es mucho menos de lo que conviene.

España entra en una fase de gran potencial renovador con los fondos europeos. La UE vincula ese dinero a dos conceptos: desarrollo verde y digital. España debería añadir un tercer pilar a esa arquitectura: tender puentes para que los jóvenes puedan desplegar su talento y sus vidas.

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