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Columna
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Todavía suena la sirena de alarma

El problema ya no es Donald Trump, sino la recuperación del Partido Republicano, ahora en manos de la extrema derecha supremacista

Lluís Bassets
asalto al Capitolio Estados Unidos
Simpatizantes de Trump durante el asalto al Capitolio en Washington el 6 de enero.JIM LO SCALZO (EFE)

No ha pasado el peligro. No bastan ni la victoria de Joe Biden, ni el silencio en las redes sociales de Donald Trump, el incitador en jefe del asalto al Capitolio. Menos todavía tras su exoneración por un Senado que solo ha conseguido  sumar al repudio del trumpismo a siete de los 17 senadores republicanos necesarios.

El veredicto de culpabilidad habría servido  para desposeerle de todos los derechos que todavía ostenta y, sobre todo, para evitar el ensueño de su candidatura republicana para 2024. Aun exonerado, con las pruebas que le hacen responsable del motín, y en especial la cronología de sus llamamientos incendiarios y de sus tímidas y tardías apelaciones a evitar la violencia, bastan para inhabilitarle. Ante los votantes republicanos más moderados, sobre todo, pero también ante la historia como el mayor baldón de la institución presidencial.

Trump ya no es el problema. La dificultad se traslada ahora al Partido Republicano, pieza imprescindible del sistema político. La alarma que nos advierte del peligro seguirá sonando mientras el republicanismo no se recupere como fuerza democrática, dispuesta a aceptar la alternancia y a desembarazarse de la extrema derecha que lo ha convertido en el partido del supremacismo blanco.

No será fácil. Trump convenció a 74 millones de votantes con su visión regresiva de un país de hegemonía blanca, hostil a los inmigrantes y a las minorías, anterior a los combates de los años sesenta en favor de los derechos civiles y la emancipación de las mujeres. Arracimada por el trumpismo, toda la extrema derecha, incluidos grupos tan exóticos como los conspiranoicos de QAnon, encontraron refugio en el republicanismo y libraron la batalla de Capitol Hill el 6 de enero, como un episodio más de la guerra santa racial contra los invasores extranjeros e izquierdistas.

Veinte años después del 11-S, cuando Estados Unidos percibió su vulnerabilidad frente al exterior y declaró la guerra global contra el terror, el asalto al Capitolio revela una nueva vulnerabilidad y un nuevo peligro terrorista, que en realidad era antiguo, pero oculto e interno y por tanto más insidioso, como es la fortaleza de una extrema derecha tan sólidamente arraigada como para tomar el Partido Republicano y la Casa Blanca durante cuatro años. Los expertos señalan su extrema peligrosidad, en muchos aspectos incluso por encima del yihadismo, y la dificultad para combatirlo en un país donde las armas circulan libremente. La alarma sigue disparada. Y el peligro persiste.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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