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Columna
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Aguando el vino

Diluir la vacuna no parece una buena idea en las personas mayores

Javier Sampedro
Administración de una vacuna contra el coronavirus.
Administración de una vacuna contra el coronavirus.AFP

La frase del día es “puede ser, pero no hay pruebas”. Como los evidentes y extendidos problemas de logística y distribución están retrasando las inyecciones, ¿no haríamos mejor en poner una dosis en vez de dos y así duplicar el número de personas vacunadas por unidad de tiempo? Puede ser, pero no hay pruebas, responden los expertos. Vale, entonces, ¿por qué no retrasamos la segunda dosis durante, no sé, tres meses en vez de las tres semanas prescritas? Puede ser, pero no hay pruebas. Vaya, pues ¿por qué no diluimos la vacuna para disponer de inmediato del doble de dosis? Puede ser, pero no hay pruebas. Y la respuesta de los expertos será eternamente la misma mientras no haya pruebas. Entretanto, lo que emiten los científicos son hipótesis instruidas, que naturalmente no concuerdan entre sí.

Los que tienen que tomar la decisión son los Gobiernos, como siempre, pero incluso ellos siguen atrapados entre su polo sanitario, partidario de buscar raíces en la mejor ciencia disponible, y un polo económico siempre proclive a poner parches y acelerar las cosas. Los dos tienen argumentos solventes por separado, pero obviamente incompatibles si han de servir para ayudar al jefe a tomar unas medidas abarcadoras y sensatas. Y aquí ya no vale el “puede ser, pero no hay pruebas”. Las decisiones hay que tomarlas sobre un filo incierto que no viene garantizado de fábrica ni avalado por un ensayo clínico. Eso debe de ser la soledad del líder, ¿no creen?

En el caso de las vacunas actuales, la tensión entre seguridad y urgencia plantea una paradoja. Los investigadores y la industria se han sometido a una disciplina rigurosa durante el desarrollo de los ensayos clínicos, y gracias a eso sabemos que las vacunas funcionan, y con una eficacia inesperada. De ahí la aprobación de los productos por las agencias del medicamento de medio mundo y la inmediata puesta en marcha de las campañas de vacunación. Pero hemos pasado de esa severidad biomédica al reino de la especulación con una facilidad pasmosa, como quien ha comprado un vino gran reserva y lo primero que hace al abrirlo es echarle medio litro de agua.

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Hay que plantearse con claridad cuál es el objetivo de la propuesta aguavinos. ¿Se trata de vacunar cuanto antes a la población vulnerable? Se supone que eliminar o retrasar la segunda dosis, o bien diluir a la mitad ambas dosis, aceleraría ese proceso, lo que siempre suena bien. Pero la población vulnerable es justo la menos interesada en recibir vino aguado. La reducción de la primera dosis de la vacuna de Oxford/AstraZeneca mostró indicios de aumentar la inmunización en un ensayo clínico, pero todos los participantes eran menores de 55 años. Y las personas mayores tienen un sistema inmune envejecido que suele responder peor tras la primera dosis, y por tanto son las que más se suelen beneficiar de la segunda.

Si de verdad queremos proteger a las personas vulnerables, disponemos de herramientas de probada eficacia: confinamientos, pruebas diagnósticas y restricción de visitas. Estas medidas deberán mantenerse mientras no estén todos vacunados, aunque eso tarde algo más por defectos de distribución e incompetencias de gestión. Diluir la vacuna es una especie de contabilidad creativa aplicada a la salud.

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