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Columna
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No hubo más remedio

Un año después de la investidura de Sánchez, tenemos a Podemos como oposición de fachada, dada la inanidad del PP, en todo lo que catapulte su protagonismo. Dos Gobiernos en uno

Antonio Elorza
Sánchez e Iglesias se abrazan tras la investidura del candidato del PSOE como presidente del Gobierno, en enero de 2020.
Sánchez e Iglesias se abrazan tras la investidura del candidato del PSOE como presidente del Gobierno, en enero de 2020.ULY MARTIN

Fueron las palabras pronunciadas por una amiga socialista cuando Pedro Sánchez se convirtió hace un año en presidente, gracias al abrazo con Podemos. Estaba claro que al líder del PSOE le disgustaba Pablo Iglesias como compañero, y no solamente por su radicalismo, sino porque era consciente de que en el Gobierno jugaría ante todo sus propias bazas, sin importarle practicar una reiterada deslealtad. Así hemos llegado hasta hoy, con Podemos como oposición de fachada, dada la inanidad del PP, en todo lo que catapulte su protagonismo. Excepción por su eficacia: Yolanda Díaz. Dos Gobiernos en uno.

¿Cómo restañar esa fractura? El marketing diseñado por Iván Redondo proporciona la respuesta, muy acorde con la aspiración constante de Sánchez de presentarse como “soc el millor”. En la marginación del parlamentarismo por el folleto propagandístico “Cumpliendo”, los contenidos se difuminan, igual que las discrepancias internas. Gracias al “Gobierno progresista”, vamos hacia lo mejor en el peor de los mundos.

Al mismo tiempo, esa presión empuja al PSOE hacia la radicalización, obligado a pujar por la etiqueta de izquierdas. El PP colabora, convirtiéndose en la coartada del maniqueísmo de Podemos, secundado por Sánchez. Pero el ejemplo colaboracionista de Arrimadas prueba que tampoco sirve optar por la gobernabilidad, salvo para que Rufián la sustituya y elimine en los Presupuestos. No espere Ciudadanos que Sánchez les consulte sobre la maniobra de Ximo Puig con ERC hacia una confederación como ordenamiento territorial tras el 14-F. Lo que resulte, misterio para Sánchez.

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Con el control de la imagen le basta. Poco importan el fiasco inicial ante la pandemia, el resbalón de la “nueva normalidad” y el puzzle de la gestión descoordinada por las autonomías. Iñigo Urkullu o Ximo Puig eligieron el rigor, Ayuso el suicidio de que la vida siga igual. Para Sánchez, perfecto. Potencia su doble imagen de esperanza, centrada ahora en las vacunas, y de tutela suave. Funciona: ahí está la popularidad de Illa.

La propaganda alcanza a nublar las realizaciones gubernamentales (eutanasia, salario vital mínimo, ERTE). Y deja crecer problemas como el de la monarquía: medio Gobierno atacándola y Sánchez protector con reservas. Sin olvidar la irresponsabilidad institucional del rey honorífico —¿desde cuándo emérito?— y la pasividad de Felipe VI; observable en su discurso, donde olvidó mencionar la necesidad de que sin excepción alguna todo el ejército asuma una mentalidad democrática, cuando afloran viejas querencias.

En el pasado inmediato, un rey español no curó escrófulas como Carlos X de Francia, pero pudo protagonizar la corrupción económica, amparar promociones, si me apuran rejuvenecimientos. Antes que una ley de la Corona, urge cubrir el hueco dejado por el artículo 64 entre la inviolabilidad por actos políticos debidamente avalados y la plena responsabilidad para otras actuaciones del Monarca.

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