El año de la peste
Casi todos hemos perdido a alguien o conocemos a alguien que lo ha perdido y ahora vemos que nos guiábamos gracias a la luz que arrojaban
El año de la peste ha sido el de la gran interrupción, y también el año en que se han acelerado cambios. Nos deja con una sensación de incertidumbre y desánimo.
El confinamiento generalizado para frenar la expansión del virus mostraba el valor que damos a la vida. Al mismo tiempo, como señala Manuel Arias Maldonado en Desde las ruinas del futuro, si el virus tiene que ver con la globalización y la relación con la naturaleza, también muestra déficits de modernidad: en términos de seguridad alimentaria, en la poca sofisticación de la lucha inicial contra la enfermedad. Lo más asombroso es el éxito de la ciencia para aprender de la enfermedad y encontrar un tratamiento.
De otras pandemias se ha señalado un efecto igualador. Esta, como señala Pablo Simón en Corona, ha producido más desigualdad. Hemos visto una fractura entre quienes podían teletrabajar o no, algunos sectores se han visto más afectados y la crisis es más dura para los grupos habituales: mujeres, jóvenes, inmigrantes, parados de más de 50 años. España, con la importancia del turismo y su estructura de pequeñas empresas, es particularmente frágil. La respuesta europea ha sido rápida; como advertía Toni Roldán en el Financial Times, una política venenosa puede poner en peligro la eficacia de las medidas.
En España y en otros países la pandemia ha mostrado un problema de capacidad de Estado. Occidente ha reaccionado tarde. Hemos sacado de la pandemia una lección y la contraria, porque íbamos aprendiendo e improvisando teorías. Reafirmaba la importancia del Estado y a la vez la necesidad de la cooperación entre países. Era un problema difícil de gestionar y en España se ha manejado mal: ha habido descoordinación entre Administraciones, opacidad, tergiversaciones, arbitrariedad, triunfalismo acrítico y evasión de responsabilidades. Hemos visto valiosos trabajos periodísticos y un fallo de la esfera pública, presa de un sectarismo que dificulta la rendición de cuentas, propensa a ridiculizar al que piensa de otro modo y aficionada a buscar culpables.
Han proliferado las interpretaciones sobre el virus: todo el mundo pensaba que certificaba la validez de sus opiniones anteriores. No es una guerra, pero nos falta mucha gente: más de 70.000 personas. Muchos se fueron sin que les pudieran despedir. Casi todos hemos perdido a alguien o conocemos a alguien que lo ha perdido y ahora vemos que nos guiábamos gracias a la luz que arrojaban. @gascondaniel
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