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Columna
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El discurso del Rey

Lo que a cualquier demócrata le costaría entender, es que ante los graves escándalos que rodean a la Casa Real, Felipe VI hiciera uso de cualquier subterfugio o mirara para otro lado

Cristina Monge
Felipe VI y Juan Carlos I, durante la pascua militar de 2018.
Felipe VI y Juan Carlos I, durante la pascua militar de 2018.JUANJO MARTIN (AFP)

No es esta la primera vez que el discurso real de Nochebuena acapara la atención para comprobar cómo reacciona el monarca —si es que lo hace— ante asuntos incómodos para la Casa Real. Fue en 2011 cuando Juan Carlos I, en relación a la investigación del caso Palma Arena que afectaba a su yerno, Iñaki Urdangarin, dijo aquello de que “la Justicia es igual para todos”. Desde entonces han cambiado varias cosas.

En primer lugar, los problemas y escándalos en torno a la Casa Real no han cesado, sino que han ido in crescendo. Aquello fue el principio. Luego llegaría la caza de elefantes en Botswana, las dudas sobre posibles negocios internacionales del emérito, y todo lo que ahora rodea a las tarjetas opacas, las posibles cuentas en paraísos fiscales, etcétera. El célebre “Me he equivocado y no volverá a ocurrir” tuvo su momento, pero queda ya muy lejos.

La segunda cuestión que ha cambiado en estos años ha sido la propia sociedad española. Cuando Juan Carlos I proclamaba la igualdad de los españoles ante la ley, el nuestro era un país que se despertaba cada día con una noticia señalando indicios de corrupción en ámbitos importantes de poder. Unos años después, España vio cómo salía adelante una moción de censura presentada tras una sentencia que acusaba al partido en el Gobierno de graves episodios de corrupción. Estas cosas dejan huella.

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Como consecuencia de lo anterior y de otros acontecimientos de calado, la valoración que la sociedad hace de la monarquía también muestra nuevos datos, dignos de ser analizados. Si bien este sigue siendo un tema que divide a la sociedad española en cuanto a adscripción ideológica, territorial y, de forma cada vez más importante, generacional, la Corona se interpreta hoy, en plena pandemia, como un signo de estabilidad frente a la algarabía política. Esta es su mayor fortaleza.

Felipe VI no tiene ante sí un discurso fácil, pero tampoco tan difícil. Lo que a cualquier demócrata, tanto monárquico como republicano, le costaría entender es que, ante los graves escándalos que rodean a la Casa Real, se hiciera uso de cualquier subterfugio o se mirara para otro lado. No conviene olvidar que la Corona, por definición, es una institución basada en la persona, a la que se accede por herencia.

Por el contrario, el Rey puede convertir este discurso en una oportunidad, si interpreta bien los cambios acontecidos en estos años —los que aquí se señalan y otros muchos—, y se apoya en esa fortaleza que supone la percepción ciudadana de estabilidad. Esto le obligaría a construir enormes cortafuegos frente a los escándalos, aclarando cualquier duda sobre lo ocurrido en el pasado, y apostando de manera firme, sin que le tiemble la voz, por la transparencia más radical y una rendición de cuentas ejemplar. @tinamonge

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Sobre la firma

Cristina Monge
Imparte clases de sociología en la Universidad de Zaragoza e investiga los retos de la calidad de la democracia y la gobernanza para la transición ecológica. Analista política en EL PAÍS, es autora, entre otros, de 15M: Un movimiento político para democratizar la sociedad y co-editora de la colección “Más cultura política, más democracia”.

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