Dinastía
El regreso de Juan Carlos, tras un pago a Hacienda tan dudoso como las donaciones que pretende regularizar, no parece la solución más inteligente
En la regularización fiscal presentada por Juan Carlos de Borbón se juzga a personas, insiste el presidente del Gobierno, no a instituciones. Sin embargo, dadas las especiales circunstancias de esta persona, parece difícil desligarla de su familia e, incluso, de su dinastía, un concepto que no se puede aplicar a ninguna otra persona o familia española. Esta cuestión devuelve a mi memoria la figura de Juan de Borbón, abuelo de Felipe VI, que vivió en el exilio durante 40 años. Él, que había recibido los derechos dinásticos de su padre, Alfonso XIII, y se consideraba el único heredero legítimo al trono de España, jamás hizo nada que perjudicara los intereses de su hijo Juan Carlos, aunque le doliera, que le dolió, y aunque le humillara, que le humilló. Es cierto que Estoril es un lugar mucho más hermoso y agradable que un hotel de lujo en medio del desierto, pero también lo es que el padre del emérito no se había exiliado por tener cuestiones pendientes con la Administración del Estado. El caso es que don Juan vivió fuera de España 40 años y Juan Carlos no ha aguantado más que cuatro meses. Quiere volver en Navidad y todo indica que lo hará, porque en los delicados momentos que está viviendo, la única decisión que ha sido capaz de tomar Felipe VI ha consistido en adjuntar la felicitación navideña de sus padres a la suya propia. En un país azotado por una tremenda crisis económica, consecuencia de una pandemia que ha derrochado muerte y sufrimiento, el regreso de Juan Carlos, tras un pago a Hacienda tan dudoso como las donaciones que pretende regularizar, no parece la solución más inteligente. Quienes alientan y aplauden su regreso pueden acabar haciéndole más daño que beneficio. Pero, en fin, ellos sabrán.
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