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Columna
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El ruido y la palabra

No se trata de pedir a nadie que renuncie a nada. Se trata de definir un espacio político por el que pueda transitar la inmensa mayoría

Josep Ramoneda
El presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig, este martes en Barcelona.
El presidente de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig, este martes en Barcelona.David Zorrakino (Europa Press)

Mientras Díaz Ayuso, al modo Esperanza Aguirre, inauguraba a bombo y platillo un hospital sin terminar y sin personal; mientras la presidenta madrileña alardea de un dumping fiscal que “es desleal, injusto e insultante”, en palabras de Ximo Puig; mientras PP y Ciudadanos repiten una y mil veces las siglas ERC y Bildu, según el eterno recurso de los perdedores de buscar una contaminación maligna para descalificar al adversario, el presidente valenciano proponía en Cataluña una alianza estratégica para avanzar en el modelo territorial. Es decir, apelaba a la grandeza política para restañar heridas y construir futuro.

La inminente aprobación de los presupuestos cambia significativamente el panorama de la legislatura. En cualquier momento el paso del miedo a la angustia y la irritación puede provocar estallidos imprevisibles. Pero, ahora mismo, hay razones para pensar que el Gobierno completará la legislatura y los partidos políticos tendrán que adaptar sus estrategias con esta idea. Ante esta larga travesía del desierto la oposición ilustra su impotencia con la magnificación permanente del poder de Pablo Iglesias (ahora ya sí definitivamente la representación del maligno) que debe estar encantado con el papel de principal hacedor del Gobierno que le atribuyen sus adversarios. Pero este camino difícilmente llevará a otra parte que a la confrontación permanente de la que Arrimadas dice rehuir, pero a la que Ciudadanos regresa siempre frenando en el último momento las promesas de distensión. Con lo cual, una vez más, repito la pregunta a la que nadie responde nunca: ¿existe el centro?

En este panorama, Ximo Puig da un paso invitando a las Comunidades Mediterráneas a una alianza para avanzar en la reforma de un sistema político encallado en la confrontación. Por supuesto, Puig es consciente de las dificultades: “Las pulsiones atávicas de un nacionalismo español que no es hegemónico y las aspiraciones nacionales en la periferia que tampoco son hegemónicas”. Y en su conversación con Aragonés quedaron claras las diferencias en la independencia y en la amnistía. Pero en una coyuntura con urgencias que piden más y mayor coordinación y en la que la conciencia de los límites resulta apremiante, recuperar la palabra es esencial. Aunque algunos vean en ello una claudicación.

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No se trata de pedir a nadie que renuncie a nada. Se trata de definir un espacio político por el que puedan transitar la inmensa mayoría (que es uno de los valores que tiene la actual mayoría gubernamental: la capacidad de integración en el sistema de sectores que estaban fuera). La fuerza de una sociedad democrática es la capacidad de sublimar el conflicto a través de la palabra y el voto. Hay dos opciones: buscar alianzas, acuerdos y complicidades o instalarse en la confrontación permanente, con el consiguiente desgaste institucional. De momento, los presupuestos salen con una amplia mayoría. Y el primer Gobierno de coalición se consolida. La derecha y Junts per Cat se han quedado solos.

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