_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Yo soy el PSOE

Pedro Sánchez atribuye los éxitos a su partido, al que simula dirigirse como si fuera protagonista de las decisiones, cuando obviamente quien hace y deshace es él (con Pablo Iglesias)

Antonio Elorza
Reunión entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para firmar el pacto de Gobierno el 30 de diciembre de 2019.
Reunión entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para firmar el pacto de Gobierno el 30 de diciembre de 2019.Jaime Villanueva

He hablado una sola vez con Pedro Sánchez, a iniciativa suya, por teléfono, el día del gran mitin de Podemos en la Puerta del Sol. Le preocupaba que en una columna dijera que difícilmente podría votar al PSOE, tras apoyar al PP estableciendo la cadena perpetua revisable. No había problema, respondí: mi eficacia como líder de opinión era nula. Nada más. El episodio confirmaba la impresión de que su éxito político era la prioridad absoluta. Pareció desmentirlo sosteniendo el pulso ante Iglesias en 2019, hasta el repentino pacto poselectoral. Desde entonces entra en juego el mecanismo descrito en el diario del vicepresidente: “Iglesias arrastra a Sánchez a…”. Para compensarlo, como en la disertación sobre “la España que nos merecemos”, su estilo se vuelve prepotente y triunfalista.

Todo lo ha hecho bien, incluso con la pandemia los españoles por comparación tuvimos suerte, a pesar de la oposición de enemigos del interés nacional que votaron contra el estado de alarma (léase PP, mentira). Puesto a aplacar el disgusto de correligionarios ante decisiones innombrables (Bildu, la postergación del español), atribuye los éxitos al PSOE, al que simula dirigirse, como si fuera protagonista de las decisiones, cuando obviamente quien hace y deshace es él (con Pablo Iglesias, aquí también innombrable). En fin, todo es “progresismo”.

Todorov enseñó que los silencios hablan, y por supuesto lo hacen en la alianza con Bildu, en la lengua vehicular y en la armonización fiscal, otros tantos escollos convenientemente ocultados por Iván Redondo. El pacto con Bildu sería estupendo si el exetarra Otegi hiciera autocrítica, como los exbrigadistas rojos en Italia, condenase los ongietorris y dejara de hablar de “violencia del Estado”. Para nada. ¿Futuro contra pasado? El fascismo muestra que su falso enterramiento acaba en resurrección. En cualquier caso, ni el pacto es “noticia inventada”, Iglesias lo dejó claro, ni es inocuo, porque la troika ERC-Bildu-Podemos cogobernando representa un jaque a la supervivencia de esa España, amor apasionado de Sánchez. “¿Polémica artificial?”. También debe serlo la pérdida de condición (constitucional) vehicular del español. Y, ya que aborda la lucha contra los privilegios económicos de Madrid, ¿por qué cierra los ojos ante Euskadi? Una cosa es la fórmula del Concierto y otra las cifras reales del Cupo.

Haz que tu opinión importe, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

La ceguera voluntaria alcanza a la cuestión capital de la respuesta a la crisis. Todo lo propuesto suena bien, pero ¿dónde están las medidas de reactivación capitalista? Ni neoliberalismo ni solo “cohesión social” desde el Estado son caminos válidos. El discurso de Sánchez ignora el concepto de “decencia común” de Orwell: como gobernante no debe vulnerar el sistema de valores de su base social. Y tampoco “saldremos más fuertes” (eslogan ahora repintado).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_