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Columna
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Vehicular o zarandear

El manto de la indiferencia todo lo recubre, con las excepciones de puntuales agujeros que dejan ver la indignidad y la deshumanización en que hemos caído

David Trueba
Un cayuco con 51 inmigrantes subsaharianos a bordo, entre ellos tres menores y dos mujeres, llegó este domingo al puerto de La Restinga, en El Hierro.
Un cayuco con 51 inmigrantes subsaharianos a bordo, entre ellos tres menores y dos mujeres, llegó este domingo al puerto de La Restinga, en El Hierro.Gelmert Finol (EFE)

En España hay dos cosas que triunfan indefectiblemente: las palabras feas y los conflictos inventados. En estos días, el apoyo de alguno de los partidos independentistas a los Presupuestos Generales del Estado ha sido recibido como una noticia pésima por quienes preferirían que no los apoyaran. Dicen que habría que vehicular otra suma de diputados en el Congreso, pero a nadie le salen las cuentas y el futuro económico no espera. La otra polémica tiene que ver con la nueva ley educativa. Se exige que el castellano sea la lengua vehicular en las regiones bilingües, pero el conflicto estriba más en la nomenclatura del asunto que en la práctica diaria en las escuelas. Me temo que su elevación a la altura de gran conflicto responde, como en el caso de los Presupuestos, a la disputa partidista y no tanto a la nobleza de una discusión racional. Sin embargo, mientras engordamos conflictos que no lo son, nos olvidamos de otros más dramáticos.

En las últimas semanas, la presión migratoria ha ascendido a la categoría de alarmante. La llegada de embarcaciones desbordadas de migrantes a costas españolas, en especial por la ruta mortal de Canarias, responde al cierre de fronteras aéreas y a la situación social en África. El conflicto de la emigración ilegal provoca una enorme indiferencia en nuestro país, salvo cuando lo agita también la pelea partidista. Entonces siempre aparece algún líder paseando frente a la valla de Melilla y algún caradura con una solución mágica. De tanto en tanto, al otro extremo del tablero político, se produce la misma reacción espontánea con la acogida de una embarcación determinada o un apunte de humanidad convenientemente aislado. Pero el problema persiste porque no tiene solución. Debería ser, por tanto, algo que nos despertara la pasión, pues en los problemas sin resolver podríamos encontrar un reto intelectual y moral. Pero no, nuestra actividad neuronal no va por ahí y el manto de la indiferencia todo lo recubre, con las excepciones de puntuales agujeros que dejan ver la indignidad y la deshumanización en que hemos caído. Agujeros que parcheamos al instante para no sufrir pesadillas en la noche.

En nuestros noticiarios televisivos esta crisis actual la personifican los miles de hosteleros de España, los artistas que no pueden presentarse ante su público y el sector turístico. Pero afecta a mucha más gente apenas visible. Las economías sumergidas representan un motor que salva del hambre a miles de personas. Entre ellas, la remesa de dinero desde los países desarrollados hacia lugares desfavorecidos se ha reducido en más de un 25%. Según el Banco Mundial, los envíos de dinero a su lugar de origen por parte de emigrantes alcanzaban los 700.000 millones de dólares anuales. Para muchas familias africanas, su inversión más rentable consiste en el envío de un miembro joven y sano hacia Europa. Esta apuesta económica habilita dos negocios que ejercen de filtro: las crueles mafias de transporte humano y la lucrativa industria del rechazo fronterizo. Si alguno se piensa que vamos a atacar la raíz del problema en lugar de su extremidad más débil, es que no conoce la mentalidad de nuestros líderes actuales. Lo único que pretendemos es vehicular la inmigración. Mejor dicho, zarandearla de un lado a otro sin encontrarle un acomodo. Vehicular es un verbo malsonante; en cambio, zarandear es hermoso. El primero oculta la verdad, el segundo la desvela.

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