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Columna
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¿Manda Sánchez o manda Iglesias?

No se entiende del todo bien por qué el vicepresidente se arroga la libertad de ser el forjador de pactos, como el reciente con Bildu

Fernando Vallespín
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias conversa con la portavoz en el Congreso de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, en el Hemiciclo.
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias conversa con la portavoz en el Congreso de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, en el Hemiciclo.Ballesteros (EFE)

Se dirá que la duda ofende, ¡manda Sánchez! Es el presidente del Gobierno. Lo que no se entiende del todo bien, entonces, es por qué el vicepresidente se arroga la libertad de ser el forjador de pactos, como el reciente con Bildu. O por qué tiene la suficiente autonomía como para pergeñar colaboraciones con el populismo latinoamericano desde su condición de miembro del Gobierno (otra cosa sería si su sorprendente activismo en Bolivia lo hubiera hecho como partido). La impresión que queda, lamento decirlo, es que ya no sabemos bien quién manda en esta coalición. Hay dos interpretaciones posibles. Una, que todo responde a una división del trabajo dentro del Gobierno —tú, Pablo, te entiendes con los que te están más próximos, yo me ocupo de los demás—. Otra, que a punto de acariciar el acuerdo de Presupuestos no conviene sacar a la luz disensiones internas, toca aguantar.

Yo me inclino por la segunda; o, más bien, preferiría que ese fuera el caso. Porque el hiperactivismo de Iglesias tiene un fin claro, impedir cualquier aproximación de Ciudadanos al actual Gobierno. Este debe de estar firmemente anclado en el grupo de la moción de censura; en particular, con el sector de los más extremos. El objetivo es evitar que la política española se temple, mantener la polarización lo más viva posible. Cuanto más lo sea, tanto mayor será también el protagonismo de Iglesias. Tanto hacia afuera como hacia dentro del Gobierno. De hecho, para cualquier observador externo, a lo largo de estas semanas ha habido un cierto eclipse público del presidente, mientras que Iglesias no ha dejado de prodigarse, tanto o más que la propia ministra de Hacienda.

A un año de las últimas elecciones generales, y a la luz de todos los movimientos habidos en la política española desde esa cesura que significó la crisis económica, se puede afirmar que hemos entrado en un nuevo paradigma político, en el posbipartidismo, marcado por el bibloquismo y la polarización. Ese periodo que nace con el 15-M ha mutado al sistema hasta el punto de incorporar a algunos de los protagonistas de dicho movimiento al Gobierno de la nación. Y no van a desaprovechar la oportunidad que les brinda la falta de entendimiento de los dos grandes actores del modelo anterior para socavar desde dentro sus mismos cimientos. Lo que no entraba en sus cálculos es el giro de Ciudadanos y, en cierto modo, tampoco el nuevo distanciamiento de Casado respecto de Vox. No hay bibloquismo si uno de los bloques no quiere. Ese es el temor de Iglesias y lo que explica sus provocaciones para que retorne, cohesionado, el bloque de derechas.

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Aquí hay, pues, algo más que una disputa por el protagonismo entre Sánchez e Iglesias. Lo que se dirime es el modelo que haya de asumir la política española: polarización/cooperación, extremismo/centrismo, Transición/nuevo régimen. La pelota está en el tejado del PSOE, pero también en el del PP. Si este vuelve a radicalizarse, habrá ganado Iglesias. Tengo para mí que Sánchez resucitará después de los Presupuestos. Lo que ignoro es en qué dirección.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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