Lucha de tribus
Con la tribalización, las identidades políticas no se definen por las ideas que afirman, sino por las que rechazan y a quien se las rechazan


No hay novedad en la polarización. Derecha e izquierda son los nombres de los polos opuestos y con frecuencia incompatibles de los combates ideológicos y políticos de los dos últimos siglos. La novedad está en el contenido. Ahora no son las ideas, los programas de gobierno o los proyectos de sociedad los que dan sentido a la polarización. Su combustible en nuestro mundo posideológico son los sentimientos y las identidades, todavía más polarizadores que las ideas y las creencias porque se hunden en las profundidades subjetivas de cada uno de nosotros, en nuestro sentido de pertenencia y en los afectos hacia quienes sentimos más próximos.
La polarización ahora es tribal y negativa. Entre identidades colectivas, herederas a veces de identidades ideológicas periclitadas. No se definen tanto por lo que quieren como por lo que excluyen y a quien excluyen. Cada tribu se reconoce en la detestación de la tribu a la que combate. La definición de lo que es cada uno pertenece al enemigo: no soy lo que son ellos. De ahí la útil recuperación de la dialéctica entre el amigo y el enemigo, el nosotros y el vosotros, esencial para el combate político según Carl Schmitt, el jurista de Hitler.
Funcionó hace 100 años, y de qué manera, alrededor de dos ideologías totalitarias y en un clima de violencia social extrema. Condujo a la guerra y al genocidio en dimensiones desconocidas hasta entonces. Y hoy repetimos la jugada pero sin armas de fuego, sin las dos ideologías totalitarias y con los medios digitales, con ciberguerras y organizados en tribus, en vez de sindicatos de clase y de partidos con porristas y milicias uniformadas. Pero el aire de familia entre aquellos totalitarismos de ayer y los nacionalismos populistas de hoy es inconfundible e inquietante.
La polarización tribal destruye la comunidad política y lleva a la exclusión de las minorías por las mayorías. Las naciones han entrado en el siglo XXI divididas en dos segmentos incompatibles, que se detestan y excluyen. Rige la vetocracia que impide la estabilidad de los Gobiernos y las líneas rojas que prohíben los pactos. La regla de juego se convierte en brida para atar al adversario. Para separar en vez de unir. Secesionismo en estado puro, de separatistas y de separadores, todos excluyentes.
Sin talento divisivo no se puede dirigir una tribu. Pero los jefes, desde Carles Puigdemont hasta Donald Trump, pasando por Pablo Iglesias, no son la causa sino el efecto de las luchas tribales.
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