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Columna
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Análisis y síntesis

El progreso del conocimiento se basa en una receta engañosamente simple

Javier Sampedro
Retrato de Isaac Newton.
Retrato de Isaac Newton.

Si planteamiento, nudo y desenlace es el lema de la narración clásica, análisis y síntesis es el del pensamiento científico. Fue el mismísimo Newton quien formalizó esa receta, aunque inspirándose en unos cuantos radicales antisistema de la generación anterior, como Copérnico, Galileo y Kepler. “La revolución científica fue una revolución de la ambición y, en un sentido profundo, del gusto”, escribe Frank Wilczek, un niño judío criado en la escuela pública de Brooklyn que acabó ganando el Premio Nobel por sus asombrosas percepciones sobre la naturaleza más profunda del mundo físico. Sí, ese mundo en el que vivimos todos salvo los fanáticos, los ignorantes y los corredores de Bolsa.

El pensamiento anterior a la revolución científica estaba lastrado por las manías de Platón, que antes hubiera negado una evidencia contraria que admitido un error en su teoría, y de Aristóteles, que elaboraba unas doctrinas tremebundas sin haber examinado los problemas de cerca. Guiarnos por nuestros prejuicios está en la condición humana, pero hoy sabemos que constituye una forma pésima de pensar. Conduce a errores interminables y, en casos extremos, puede llegar a retrasar el progreso del conocimiento durante un milenio, como ocurrió con la doctrina aristotélica de que las piedras grandes caen más deprisa que las pequeñas. Hizo falta un Galileo para desmontar ese bulo milenario. Ojalá tuviéramos ahora un millón de Galileos, ante tanta proliferación de Aristóteles.

El nuevo pensador, entendiendo por nuevo al posterior a la revolución científica, tiene una forma radicalmente distinta de conocer la realidad. La ciencia no es discípula del genio, sino esclava del mundo. Un solo dato bien tomado, una sola observación bien hecha, pueden dinamitar los cimientos de la joya intelectual más bella y perfecta. Esto ha ocurrido muchas veces en la no muy larga historia de la ciencia. El caso más interesante sigue siendo el destronamiento de Newton por Einstein.

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Newton formuló la gravedad como una fuerza instantánea entre objetos, y Einstein percibió siendo muy joven que las fuerzas instantáneas no existen, pues nada puede viajar más deprisa que la luz. Tras 10 años de tortura intelectual, el físico judío descubrió que la gravedad es una deformación del espacio y el tiempo que viaja justo a la velocidad de la luz. Pero la teoría de Newton sigue viva dentro de las ecuaciones de Einstein como un caso particular, cuando no hay velocidades extremas ni agujeros negros por la zona, y es la que siguen usando las agencias espaciales para mandar cohetes al espacio. Las buenas teorías no acaban arrojadas a la papelera, sino engullidas por otras mejores aún, otras que no solo resuelven las paradojas de la anterior, sino que penetran más en la realidad profunda, mejoran nuestro entendimiento y abren un nuevo continente de caminos futuros no ya inexplorados, sino nunca imaginados por nuestros pobres sesos. Así progresa el conocimiento.

Y el truco es bien simple, por mentira que parezca. Análisis y síntesis, la receta de Newton, la misma que acabaría derrocándole a él mismo. Los mejores científicos se encuentran entre las mentes más creativas del mundo, pero ese arte no basta. La realidad es el único dictador, y quien no tenga eso grabado a fuego en su cerebro no puede dedicarse a investigar nada, ni los agujeros negros ni las pandemias ni las corrientes sociales.

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