Chile: un referéndum que cierra la Guerra Fría latinoamericana
El país viene cargado de una simbología estremecedora que es también síntesis de la desastrosa y dramática historia latinoamericana de la Guerra Fría
Pocos países concentran en su historia tantos símbolos de una era, la Guerra Fría, que fue para América Latina trágica y dolorosa. La elección de Salvador Allende el 4 de septiembre de 1970, en su cuarto intento por tomar la presidencia del país, pareció mostrar a la región que, incluso en el clima de extrema polarización existente en el hemisferio, era todavía posible buscar un camino de reforma radical, dentro de un marco democrático. La Vía Chilena al Socialismo simbolizaba una alternativa al modelo de la Revolución Cubana que, en cambio, había sorteado los límites que la Guerra Fría había impuesto a los procesos de cambio social en la región por medio de las armas. Aún empatizando con el experimento cubano, Allende creía que las instituciones democráticas ofrecían un marco institucional suficiente para la puesta en marcha de un ambicioso programa de reforma de las estructuras sociales y económicas del país. Su derrocamiento el 11 de septiembre de 1973, con un golpe de Estado llevado a cabo por el Ejército chileno, y apoyado por la CIA de la Administración de Richard Nixon y Henry Kissinger, volvió a recordar a una región, ya postrada desde 1954 por las intervenciones antidemocráticas de los militares y la represión, que no existía en América Latina espacio para experimentos que acariciaran la utopía de conciliar democracia e inclusión social. El propio discurso de Salvador Allende, pronunciado a Radio Magallanes en la mañana de aquel fatídico 11 de septiembre, pocas horas antes de quitarse la vida en el Palacio de la Moneda, venía a decir a los chilenos que el presente no era tierra de utopía. En su emotiva y prometeica despedida, el líder de Unidad Popular confiaba al futuro la posibilidad de que las grandes alamedas de la historia volvieran a abrirse para el pueblo chileno y sus anhelos de justicia.
Las imágenes que quedan fijadas en la retina después del derrocamiento y suicidio de Allende son las del Estadio Nacional en Santiago de Chile, con sus escalinatas llenas a rebosar de prisioneros políticos destinados a ser torturados y desaparecer entre las garras del régimen militar del general Augusto Pinochet. En los sótanos de otro estadio, el Estadio Chile, otro símbolo de la Guerra Fría latinoamericana: el compositor Víctor Jara, a quien los militares destrozarían las manos antes de asesinarlo brutalmente, manos culpables de tocar la música de los obreros de los cinturones de pobreza de Santiago. El régimen político militar de Pinochet simbolizaría también el primer experimento neoliberal latinoamericano, con la instauración de un modelo económico inspirado en las teorías monetaristas de la escuela de Chicago de Milton Friedman, que habría de producir niveles insoportables de desigualdad en un país que, apenas pocos años antes, había soñado con transformarse en un experimento de redistribución de la riqueza y derechos sociales.
La historia de Chile de los años 60 y 70 condensa, a la par y quizás incluso más de la de Cuba, la propia historia de la Guerra Fría latinoamericana. Si la Cuba Revolucionaria representó un intento exitoso, en su experiencia histórica, de resistencia y readaptación a la Guerra Fría, Chile ha simbolizado, como pocos otros casos, la tragedia de un proyecto de cambio que se volvió utópico para los tiempos en que se dio. El 25 de octubre del 2020 los chilenos han decidido retomar ese camino, abrogando la constitución de la era pinochetista. El 78% de los votantes en el referéndum ha optado por enterrar una constitución que simbolizaba la desigualdad impuesta a golpes de fusil por los militares y las elites más conservadoras del país, con la connivencia de la Administración Nixon. Chile viene cargado de una simbología estremecedora que es también síntesis de la desastrosa, dramática historia latinoamericana de la Guerra Fría. Algo de esa historia se ha cerrado este 25 de octubre.
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