Muerte
Apago la impresora como una forma de castigo, para que reflexione, y la enciendo pasadas tres o cuatro horas en la confianza de que, al reiniciarse, mi existencia regresará a su cauce
De súbito, mi impresora se pone a trabajar sin que yo le haya dado orden alguna. Imprime tres hojas que leo con prevención y que corresponden a un estudio clínico completado en la última línea con un diagnóstico de enfermedad terminal. Deduzco que la máquina se ha conectado por bluetooth o algo semejante con uno de los ordenadores de la zona, pero ignoro con el de quién, pues no hallo el nombre del destinatario. Y aunque lo hallara, no creo que me atreviera a entregarle el documento. Durante los siguientes días, mi impresora continúa escupiendo una correspondencia ajena que ahora gira en torno a un tratamiento médico muy agresivo y a multitud de indicaciones acerca de la dieta aconsejada al paciente.
Apago la impresora como una forma de castigo, para que reflexione, y la enciendo pasadas tres o cuatro horas en la confianza de que, al reiniciarse, mi existencia regresará a su cauce. Pero no es así. Sobre mi mesa de trabajo se van acumulando folios que hablan de una vida que no es la mía y de la que instintivamente empiezo a tomar notas, ya que, pese a referirse a los últimos días de alguien, parece el comienzo de un relato (en numerosas ocasiones, las novelas empiezan por el final). Desgraciadamente, comienzo a sufrir, por identificación, algunos de los síntomas que se describen en los documentos: dolor abdominal, vómitos, diarreas, mareo, que combato con hábitos alimenticios saludables. He abandonado el café y solo bebo agua con las comidas, por otra parte, muy ligeras.
Pasado un tiempo, la impresora deja de imprimir cosas que no le importan, por lo que imagino que el paciente ha fallecido. También yo tengo la impresión de haber muerto, pero se lo oculto a la familia y todo vuelve a discurrir como antes.
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