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Columna
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Mi trinchera

El ataque contra la democracia pluralista se ha globalizado, como todo lo demás

Jorge Galindo
El líder de Vox, Santiago Abascal, pasa ante la bancada del Partido Popular, este jueves en el Congreso.
El líder de Vox, Santiago Abascal, pasa ante la bancada del Partido Popular, este jueves en el Congreso.Mariscal / Pool (efe)

El discurso con el que Santiago Abascal abrió su moción de censura fue un collage de la Internacional Nacional-Populista. Desde Trump hasta Le Pen, pasando por la extrema derecha latinoamericana, y recogiendo algún que otro matiz de la otrora gloriosa Lega de Salvini. Algunos hicieron méritos compartiendo retazos en las redes. Otros, particularmente PP y Cs en sede parlamentaria, marcaron diferencias. Esa era la intención: delimitar, retratar. Que la moción era un show destinado a que el resto de actores a la derecha del espectro se retratasen era algo que sabíamos desde el principio, pero pensábamos que era algo restringido a España.

El ataque contra la democracia pluralista se ha globalizado, como todo lo demás. De la misma forma que Chávez construía alianzas y listas que también alcanzaron a la Península, ahora los reaccionarios tratan de forjar un discurso coherente que funciona como reto a los moderados: un “de qué lado estás”. Es una prueba para filtrar a quienes estén dispuestos a renunciar al pluralismo para defender la victoria de sus preferencias ideológicas. Es una línea en la arena que cruza el mundo entero.

¿Quieren dibujar trincheras? Perfecto. Personalmente, me he cansado de difuminar las que otros hacen, así que voy a pintar la mía. Consideraré de mi (de nuestro) lado a quien defienda una ampliación del perímetro democrático, quien ponga el pluralismo por encima de todo. Quien entienda que cuando Isaiah Berlin hablaba de “bienes incompatibles” entre sí, como libertad absoluta e igualdad completa, lo hacía para reseñar que lo más importante para la convivencia, para el progreso, es que encontremos maneras de cambiar la proporción de cada uno de ellos incluida en las leyes, en las instituciones. No de fijarla, no: de modificarla. Necesitamos maneras mejores de habitar el desacuerdo.

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El senador trumpista Mike Lee decía hace dos semanas que “la democracia no es el objetivo: libertad, paz y prosperidad lo son”. Mucho se parece esta lógica a la nostalgia franquista (ah, los pantanos y la unidad territorial) en la que Vox florece, o a la que cobija a regímenes como el venezolano, el cubano o el chino porque (supuestamente) acabaron con la corrupción, la pobreza, la pandemia.

Fuera de mi trinchera quedarán todos ellos: quienes se consideren tan sabios, egoístas o poderosos como para definir de manera categórica en qué consiste el bien. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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