Ante el fracaso
La escalada del virus en España exige mejores medidas y cambios estratégicos
La escalada en el número de contagios por coronavirus registrada en los últimos días indica que las medidas adoptadas hasta ahora para el control de la pandemia no están surtiendo el efecto deseado y, por tanto, que el desempeño en la gestión y coordinación aún son deficientes. La velocidad de contagio es tan preocupante que el debate sobre el toque de queda se abrió paso el martes, sugerido por la propia Comunidad de Madrid, y el Gobierno se plantea un estado de alarma nacional que lo ampare sin agonía parlamentaria, para lo que necesitaría el consenso. Esto apela directamente al PP, que deberá saber dónde quiere estar, pero también al Gobierno central y a los Ejecutivos autónomos. Todos deben dar la talla.
Aunque de forma muy desigual, las cifras de incidencia están creciendo peligrosamente en muchos lugares y eso obliga a las autoridades sanitarias a plantearse qué está fallando y qué otro tipo de restricciones se deberían adoptar. Desde mediados de septiembre, todas las comunidades autónomas han tenido que tomar medidas, pero estas vuelven a ir por detrás del virus. Aunque en algunos casos han logrado retrocesos puntuales, a la vista está que han fracasado en el intento de reducir la incidencia de forma sostenida. En la última semana se han notificado más de 75.000 nuevos casos, aumentan los ingresos hospitalarios y en algunas zonas la ocupación de las UCI por enfermos de covid-19 supera el 40%.
Los datos señalan una tendencia peligrosa y ahora sabemos, por la experiencia de la primera oleada, que cuanto más se deja subir la curva de incidencia más cuesta bajarla y más duras tienen que ser las medidas. La edad media de los ingresos hospitalarios ha aumentado de forma considerable, lo que puede ser un preludio de un fuerte incremento en la mortalidad. El hecho de que en otros países también se observe una rápida expansión del virus no es un consuelo ni motivo de indulgencia: en varias fases de la pandemia España ha tenido un desempeño peor que el de los países vecinos, y debe averiguarse por qué. La mayor parte de las comunidades han tomado conciencia de la gravedad y, con la excepción notoria de la de Madrid, están actuando con determinación. Es esperanzador que así sea. En estos momentos hay 6,3 millones de españoles sometidos a un confinamiento perimetral, pero en su interior rigen medidas de contención muy dispares. Mientras algunas comunidades como Cataluña han decidido el cierre de bares y restaurantes, en otras como Madrid, con incidencia muy superior, permanecen abiertos. Las disputas y la disparidad de criterios están creando una notable confusión, y ello erosiona la confianza y la adhesión de la ciudadanía a las medidas.
No podemos permitirnos que una nueva escalada obligue a un amplio parón de la actividad económica, y será difícil evitarlo si en las próximas semanas no somos capaces de reducir drásticamente la tasa de reproducción del virus. Urge pues revisar los mecanismos de gestión con auditorías independientes que evalúen qué medidas son más eficaces y cómo deben aplicarse. Es preciso mejorar también la rapidez y el rigor en la recogida de datos. El exceso de mortalidad genera dudas inquietantes. Por último, hay que fortalecer la cooperación institucional y orillar cualquier tentación de utilizar la pandemia para finalidades partidistas, pues ya se ha demostrado que lo único que se consigue con el enfrentamiento y la bronca es empeorar las cosas. Es hora de dar la talla.
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