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Columna
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Lealtad por encima de la verdad

Lo que debería ser un combate contra la infección enseguida se tornó en una lucha por la hegemonía del discurso

Fernando Vallespín
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, participa en una sesión del pleno de la Cámara regional este jueves en Madrid.
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, participa en una sesión del pleno de la Cámara regional este jueves en Madrid.Emilio Naranjo (EFE)

Cuando en un futuro incierto analicemos estos convulsos tiempos de pandemia habrá que reservar un capítulo a la gestión de la propagación del virus en Madrid. A la gestión retórica, se entiende. Porque lo que debería ser un combate contra la infección enseguida se tornó en una lucha por la hegemonía del discurso. Palabras en vez de acciones, desunión y mutua incomprensión frente a la unidad que habría que presuponer en algo tan decisivo como es la preservación de la salud. Pero aquí no hay equidistancias que valgan, lo chirriante, lo que entrará en los anales de las perplejidades políticas, está siendo la actitud de Díaz Ayuso.

En primer lugar, como ejemplo de un libertarismo estadounidense trasnochado, la supuesta libertad del sujeto como límite de toda acción que busque un fin social (aunque es posible que nuestra presidenta sea libertaria sin saberlo). Toda medida que tome un gobierno “social-comunista” es totalitaria por definición (pobre Macron y todos los que aplican restricciones aún más severas, a sus ojos deben de ser estalinistas duros). No creo, sin embargo, que sea una cuestión ideológica. Más bien se trata de encubrir la inacción de su Gobierno durante el periodo de la desescalada, de poner un velo sobre su propio fracaso cuando al fin consiguió lo que tanto había demandado al Estado. Y aquí la receta que siempre funciona es el recurso a la victimización. No es que uno sea ineficaz o inepto, es la propaganda del otro lo que le presenta como tal. Luego, en una sorprendente pirueta, cuando desde arriba se interviene para resolver en lo posible el desaguisado, la culpa se traslada a quien trata de arreglarlo. Ya lo hemos visto en otros como Trump, la mejor defensa es un ataque. La propia responsabilidad se diluye dentro de un discurso que consiga ocultarla detrás del combate partidista, manteniendo bien lubricado retóricamente el antagonismo primario.

La única ventaja que tiene esta pandemia es que permite compararnos, evaluar el rendimiento de cada país o administración concreta. Incluso incorporando eximentes como población, forma de vida, movilidad, Madrid se encuentra, a partir de todos los datos objetivables, a la cola de todas las regiones de nuestro entorno. Podrá discutirse el cómo hemos llegado hasta aquí, pero el resultado no es opinable, los números son los que son. Y ahora resulta que el problema son las medidas, ciertamente leves en términos comparados, para enmendarlo.

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Lo curioso es que a Ayuso esta estrategia de enfrentamiento desbocado le puede acabar funcionando. En situaciones de polarización extrema lo importante no son los hechos, sino su manipulación para ajustarlos a la propia posición política, y la apelación a la identidad y cohesión del grupo reverdeciendo la satanización del adversario: del mal, el Gobierno, no puede derivarse ningún bien; me critican, luego cabalgamos. Así es como la lealtad a la propia facción acaba poniéndose por encima de la verdad fáctica. Porque, además, solo hay una verdad, la “nuestra”. Esta es nuestra tragedia —la del nosotros ampliado ahora—, que estamos huérfanos de liderazgos que no traten de sacar algún provecho partidista de este desastre, les basta con encontrar el relato que mantenga prietas las filas. O, y esto es casi peor, que ya no se sepa bien quién lidera qué.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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