Sin miedo
Ana María Vidal-Abarca y dos compañeras crearon el embrión de lo que años después sería la AVT. Entonces las llamaron chifladas, locas extremistas y la peor descalificación: amas de casa
La mayor fortuna de mi vida ha sido crecer en la compañía de mujeres más inteligentes y valerosas que yo para aprender a vivir, empezando por mi madre. Si el resultado no ha sido mejor no es culpa de ellas. De modo que las memeces que prodigan las preciosas ridículas actuales me cogen ya vacunado para no equivocarme sobre el talento femenino. Una de las mujeres de mérito que he conocido fue Ana María Vidal-Abarca, fundadora de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, a cuyo lado tuve el honor de luchar contra la mugre del separatismo criminal. ETA asesinó en 1980 a su marido, comandante de los Miñones alaveses. A final de ese mismo año, con otras dos compañeras, crearon el embrión de lo que años después sería la AVT, para ayudar en todos los campos a otras víctimas y también para hacer oír su voz en la sociedad. Entonces las llamaron chifladas, locas extremistas y la peor descalificación: amas de casa. Obtuvieron dinero de donaciones particulares porque el ministerio socialista de Asuntos Sociales no consideraba en principio a las víctimas de tanto interés como para otorgarles una subvención. Poco a poco, luchando, se ganaron el reconocimiento institucional y un peso jurídico que les permitió personarse en todos los juicios a terroristas. Lo cuenta la periodista María Jiménez en su libro Vidal-Abarca. El coraje frente al terror, editado por la Fundación AVT y Catarata. El relato de una vida y la crónica de una época bien reciente, pero ya borrada de la “memoria histórica” de algunos.
Además de cuatro hijas estupendas, Ana María fue madre para todas las víctimas. Madre: el título más hermoso, conviene no olvidarlo en la sopa de siglas que nos sirven como rancho cada día.
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