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Columna
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¿'Quo vadis', España?

En estos tiempos de zozobra colectiva nacional, quizá convenga escuchar una voz extranjera como la de William Chislett

Julio Llamazares
Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados en Madrid.
Vista general del hemiciclo del Congreso de los Diputados en Madrid.FERNANDO VILLAR (EFE)

En estos tiempos de zozobra colectiva nacional, cuando cada mañana los españoles nos despertamos con un nuevo sobresalto y cada noche nos acostamos pensando en qué puede ocurrir ya que no haya ocurrido, quizá convenga escuchar una voz extranjera como la de William Chislett, antiguo corresponsal de The Times en España y gran conocedor de nuestro país, donde continúa viviendo, que acaba de publicar un libro sobre nosotros que se añade a otros anteriores: Microhistoria de España contada por un británico. En la estela de ilustres compatriotas suyos como Paul Preston o John H. Elliott, Chislett hace un repaso de nuestra historia, especialmente de la más reciente, con el apasionamiento del que conoce a fondo el país, incluso vivió de cerca algunos de los acontecimientos que narra por su profesión, pero con la objetividad del que ha llegado de fuera y, lo quiera o no, continúa mirándonos con ojos de entomólogo. Ya que nosotros somos incapaces de solventar nuestras cuitas históricas sumidos como estamos en la crispación política que nos ahoga desde hace tiempo y que la pandemia ha acentuado hasta límites peligrosos, puede que los extranjeros sean los únicos con capacidad para arrojar un poco de entendimiento sobre lo que nos está ocurriendo y sobre la manera de solucionarlo.

Resulta interesante, sobre todo, a esos efectos, el último capítulo del libro de William Chislett, donde el antiguo corresponsal de The Times, hoy colaborador del Instituto Elcano entre otras instituciones, así como redactor de la página dedicada a España en el Annual Register, se pregunta: ¿Quo vadis, España? A la pregunta se responde él mismo contando el deterioro de la vida política española en estos últimos tiempos después de haber alcanzado en los anteriores una normalidad democrática equiparable a los de cualquier país europeo, para pasar a analizar los motivos, que sustancialmente son para él los siguientes: la crisis económica de 2008, que radicalizó la política española con la aparición de nuevos partidos, como Podemos y Ciudadanos, que terminaron con el bipartidismo clásico; el crecimiento del independentismo catalán, casi testimonial hasta hace unos años, que provocó a su vez la resurrección de un nacionalismo español dormido y el nacimiento de un nuevo partido de extrema derecha (que hoy es ya el tercero en escaños en el Parlamento) y la sucesión de escándalos de corrupción, algunos de los cuales acabaron con la carrera de varios políticos, incluso provocaron la caída de un Gobierno. La formación del último, el primero de coalición desde la Segunda República, con el apoyo de grupos independentistas y la gestión de la pandemia que nos asola desde la primavera ha elevado el tono de la polémica hasta el punto de que en España ya es prácticamente imposible hablar. Chislett nos aconseja en su conclusión, como única salida al bucle en el que hemos entrado, mirar a otros países y compararnos con ellos para ver que no estamos tan mal como a veces creemos: “El país ha avanzado muchísimo, pero los retos que se le plantean requieren de compromise, una palabra inglesa que no tiene equivalente exacto en español que abarque totalmente la idea de llegar a acuerdos con concesiones (este es el elemento clave) entre todas las partes implicadas… ¡Qué importante sería —dice Chislett— que el compromise (algo así como “falso amigo”) entrara en el vocabulario político español!”.

Ojalá le oigan.

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