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Columna
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Democracia distante

El monarca inglés, francés o danés podía decir “elimínese tal privilegio fiscal” de una comunidad y se eliminaba. El español debía llegar a acuerdos mediante reuniones bilaterales. ¿Les suena?

Víctor Lapuente
Estado de alarma en Madrid
Pedro Sánchez e Isabel Díaz Ayuso, durante la rueda de prensa tras su reunión del pasado 21 de septiembre.Jes˙s HellÌn; Jesús Hellín (Europa Press)

A los que no eran del pueblo los llamábamos forasteros. Aunque solo éramos 120 vecinos censados, los de Chalamera (Huesca) siempre supimos que todo aquel que viniera de fuera era distinto a nosotros. Sobre todo si era una autoridad pública, como el cura que llegaba en bicicleta, el médico en su Seat Panda o la Guardia Civil en su luminiscente Nissan Patrol, que irrumpía de noche en las calles sobrevolando la niebla como un ovni.

Y no éramos una excepción. Esta mentalidad, más propia del Oeste americano que de una sociedad europea, late en casi todos los pueblos, provincias y autonomías españolas. El intenso apego al terruño nos diferencia de los países de nuestro entorno y explica nuestra tendencia perenne a la revuelta local frente a la autoridad central, de Fuenteovejuna en la dramaturgia clásica a Torra y Ayuso en el teatro político moderno, pasando por comuneros, carlistas y cantonalistas varios.

Un mito, sostenido tanto por historiadores liberales anglosajones como por intelectuales progresistas españoles, es que España tiene una fuerte raigambre absolutista. Pero, como muestra la economista Regina Grafe tras diseccionar minuciosamente el sistema fiscal del antiguo imperio español, si algo caracterizaba a nuestros reyes era la necesidad de negociar con los caciques locales. El monarca inglés, francés o danés podía decir “elimínese tal privilegio fiscal” de una comunidad y se eliminaba. El español debía llegar a acuerdos con los notables locales, no en los órganos de discusión formales (el Senado o los consejos interterritoriales de la época), sino mediante reuniones bilaterales. ¿Les suena?

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Los reyes españoles eran tiranos, pero, como puntualiza Grafe, “tiranos distantes”. La luz de su poder no se proyectaba en todo el territorio, sino que era filtrada por infinidad de sombrillas en toda España. La causa de esa nebulosidad no es el ancestral tribalismo celtíbero, sino la construcción de los reinos medievales en la lenta reconquista. Los reyes tenían que conceder prerrogativas especiales a quienes se asentaran en zonas limítrofes con los enemigos. Este espíritu de frontera incrustó un sentimiento de autonomía en nuestras ciudades parecido al del Lejano Oeste, donde también se fruncía el ceño al forastero. En Berga o en Gamonal vemos al Gobierno central como un tejano ve a Washington: una democracia distante. @VictorLapuente

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