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Columna
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El enigma español

¿Por qué sectores de la sociedad civil aparentemente distantes pueden ponerse de acuerdo entre sí o con los poderes públicos, pero los partidos políticos son casi incapaces de hacerlo entre ellos?

El ministro de Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, y la ministra Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros.
El ministro de Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá, y la ministra Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, en rueda de prensa tras el Consejo de Ministros.EMILIA GUTIERREZ (Europa Press)
Fernando Vallespín

No hay peor sensación para un columnista que sentirse condenado a escribir la misma columna semana tras semana. Como esos personajes mitológicos griegos, Tántalo, Sísifo o el propio Prometeo, cuya tortura consiste en ser sometidos siempre al mismo suplicio. Una y otra vez, sin descanso. En el caso del que aquí la firma consiste en reiterar, incesantemente, nuestra falta de entendimiento, la persistencia de las divisiones entre las fuerzas políticas. Y como estas no cesan, vuelta a subir la roca, otra vez la misma columna.

Hoy, sin embargo, el columnista está contento. Se abre una tímida vía para la esperanza. Una vez más viene de sindicatos y empresarios, cuyo acuerdo para prorrogar los ERTE y definir los contornos del teletrabajo ha supuesto un aldabonazo en la incapacidad de la política para llegar a pactos. La ejemplaridad ha cambiado de bando, ya no se ubica arriba, en el vértice de la clase dirigente, sino que viene de la base, de la propia sociedad civil. Con un matiz importante, el papel que en este logro ha jugado la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, cuya figura va agrandándose a medida que va favoreciendo la interlocución entre los agentes sociales, y por su capacidad para comunicar con naturalidad y sin estridencias; o sea, porque es de las que unifica, no de las que divide. Se dirá que es sorprendente porque es de Podemos, pero aquí como en otras formaciones políticas, hay que atreverse también a marcar un perfil propio, y ella lo está consiguiendo.

La inquietante cuestión es, sin embargo, ¿por qué sectores de la sociedad civil aparentemente distantes pueden ponerse de acuerdo entre sí o con los poderes públicos, pero los partidos políticos son casi incapaces de hacerlo entre ellos? Incluso en momentos en los que el país está al borde del precipicio. Este es el enigma español, una buena pregunta de investigación para hispanistas. Mi tesis es que no sabemos hacer oposición, ni defendernos frente a ella. Mientras en otros lugares se practica el esgrima dialéctico, aquí no salimos del garrotazo; se prefiere el insulto a la ironía, las palabras gruesas al discurso bien enhebrado, la búsqueda del aplauso fácil —y fugaz— a la más ardua y sólida tarea del convencimiento basado en razones.

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En este contexto, la Transición era una anomalía demasiado estridente. Por eso para algunos hay que liquidar su memoria. O falsearla. Y recuperar los buenos tiempos en los que el antagonismo campaba a sus anchas. De este modo se “normaliza” el presente, el cainismo vuelve así a cobrar carta de naturaleza como un rasgo propio del ser español. Nunca estuvimos reconciliados, así que porfiemos en nuestras divisiones seculares; debe haber vencedores y vencidos, una y otra vez. Prefiero pensar, empero, que la sociedad va por otro lado, y que todo intento por provocar antagonismos no hace más que abundar en el divorcio entre clase política y ciudadanía. Ya no estamos ante la disyunción existencial entre una ideología extrema u otra. Queremos una democracia que funcione, que no es poco, y que vayamos saliendo de esta crisis con mayor justicia social y más unidos. Ah, y que los políticos se ganen el sueldo. Para eso basta con que resuelvan problemas en vez de crearlos. Tampoco es tan difícil, miren a Yolanda Díaz.

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Sobre la firma

Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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